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Los perros entrenados ayudan a las personas con discapacidades a vivir con autonomía

Los perros entrenados ayudan a las personas con discapacidades a vivir con autonomía

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Hay perros guía para personas ciegas, de señal para hipoacúsicas, de asistencia para niños y niñas con un trastorno del espectro autista, de servicio para quienes viven con una discapacidad motriz, entre muchos otros acompañamientos que ayudan a las personas con discapacidades a desarrollar una vida autónoma. La demanda es alta y las personas y organizaciones que entrenan a los animales y cuidan sus derechos lo hacen ad honorem

Por Leni Gonzalez para Infobae

“Ni con perros ni con chicos” es una vieja y popular frase, atribuida al actor y cómico estadounidense W.C. Fields, que aconsejaba a los artistas evitar en el escenario la competencia desleal de seres capaces de atraer la atención del público sin ningún esfuerzo. Humoradas aparte, la cita retrospectiva vale para pensar Nicolás anda, obra de Nahuel Martínez Cantó que se presenta en la sala Moscú del off Buenos Aires, en la que trabajan el actor Nicolás Stupenengo y su perra Sofía. Los dos, uno al lado del otro, frente a los espectadores; son un equipo en el teatro y en la vida.

A los 34 años, Nicolás tuvo un accidente. Al tirarse al mar se golpeó con unas rocas y se lesionó la médula. Desde entonces, anda en silla de ruedas. Hoy, a los 49, cuenta su historia junto con su compañera, la perra labradora con quien trabaja, pasea, hace trámites, toma café, actúa y recibe aplausos.

Salvo el caso de los lazarillos o perros guía para personas ciegas, seguramente muchas personas del público ―igual que la que escribe esta nota― no sabían de la existencia de los perros de servicio para personas con discapacidad motriz ni de otros perros de asistencia para otras necesidades. El relato de Nicolás ayuda a imaginar cómo sencillas situaciones cotidianas pueden tornarse complejas, según de quién se trate. Por ejemplo, acostarse, querer ver algo en la tele antes de dormir y en ese instante darse cuenta de que el control remoto no está cerca, que quedó en otro lugar. Nada especial, solo un retraso de pocos segundos para la mayoría. Para alguien en silla de ruedas, sin embargo, implica volver a moverse de la cama a la silla, buscar, intentar agarrarlo y, otra vez, pasar de la silla a la cama. Un traslado de, por lo menos, quince minutos. Con una perra como Sofía, solo hace falta pedírselo y ella lo hará todas las veces que haga falta, moviendo la cola.

“Los perros de servicio están entrenados para que las personas con movilidad reducida tengan más autonomía y calidad de vida. Si se les cae algo al piso, es casi imposible que lo puedan levantar, así como abrir una puerta o los cajones de un mueble”, dice Fernanda López Ayala, instructora en Bocalán Argentina, una asociación civil sin fines de lucro dedicada al entrenamiento y entrega de perros de asistencia a personas con discapacidad motriz y, entre otras especificidades, a niños y niñas con trastornos del espectro autista (TEA).

En casi una década de dedicarse de forma voluntaria a esta tarea, Fernanda tiene varias historias sobre cómo estos animales mejoran los días y las noches de personas con discapacidad que viven solas y que pueden ―única condición necesaria― hacerse entender, comunicarse con el animal. Un hombre que apenas logra moverse puede recibir visitas. Solo hay que avisarle por WhatsApp quién llegó: después, el perro busca las llaves y se las entrega a la persona que abrirá la puerta. Una mujer en silla de ruedas y que solo podía mover un dedo (lamentablemente, el año pasado murió por COVID-19) tenía a su perra que le acomodaba la cabeza cuando se le caía, la tapaba y destapaba y les avisaba a otros si algo pasaba. Y Nicolás agrega una posibilidad que nadie había mencionado, la de tener la “alucinante compañía” de un perro: “Un perro sin entrenamiento sería imposible para mí, porque haría de todo en mi casa, sin ningún control, y en la calle saldría corriendo. Sofía va al lado mío, se sienta junto a mí, sabe lo que tiene que hacer para que me sienta bien”.

Nicolás Stupenengo y la perra Sofía se suben juntos al escenario en la obra de teatro Nicolás anda. (Foto: gentileza Nicolás Stupenengo)
Nicolás Stupenengo y la perra Sofía se suben juntos al escenario en la obra de teatro Nicolás anda. (Foto: gentileza Nicolás Stupenengo)

¿Cómo se prepara un perro de servicio como Sofía?

Son elegidos desde muy chiquitos, siempre de razas labrador o golden retriever, según las aptitudes y predisposiciones que manifiesten. Los perros de esas razas son preferidos porque tienen “boca blanda”, es decir que genéticamente están determinados para agarrar una presa sin lastimarla, un objeto sin romperlo, además de ser muy sociables y predispuestos al trabajo. Macho o hembra da igual pero ―sí, como entre los humanos― ellas aprenden más rápido. Como entre los humanos, también hay individualidades. No todos pueden hacer lo mismo, no a todos les gusta ni les divierte lo mismo.

“Si vemos que no disfrutan del entrenamiento, serán perros de compañía pero no de asistencia. Es un trabajo para toda la vida y solo quedan los que realmente disfrutan hacerlo. De todos modos, no están todo el día trabajando. Solo se los requiere en los momentos necesarios, cuando se les pone un chaleco o peto. Cuando lo llevan, los perros se condicionan de otra manera, como si tuvieran un uniforme. Al sacarles el peto, se liberan, si bien siguen siendo el mismo animal de compañía”, explica Fernanda.

Una vez seleccionados los cachorros que, en principio, parecen tener condiciones para esta tarea, se los entrega a familias de socialización que de manera voluntaria se ofrecen a criar a los pequeños durante, por lo menos, un año. En esta etapa, los instructores acompañan con asesoramiento para que se logre una buena convivencia, aprendan buenas costumbres (no pedir comida de la mesa, no subir a la cama, no adelantarse en una puerta, no saltarles encima a las personas, dónde hacer sus necesidades) y se acostumbren a todo tipo de estímulos (caminar por la calle, encontrarse con otros perros, gatos u otros animales, viajar en transportes, etc.). Después de este período, comienza el entrenamiento básico, las nociones de obediencia con los instructores. Luego sigue el entrenamiento específico, de acuerdo al servicio que va a brindar el perro según sus características. Por último, la etapa de acoplamiento con el usuario, según las particularidades del perro y las necesidades de la persona. Perro y familia son entrenados durante dos semanas hasta que se van a vivir juntos, un momento muy emotivo porque es largamente esperado, ya que los perros tienen alrededor de dos años cuando son entregados.

El proceso no termina ahí sino que requiere de supervisión los primeros tiempos porque no es lo mismo tener un perro en la casa, de compañía, que uno de asistencia. Y porque los animales nunca dejan de ser de Bocalán. No pueden ser comprados sino que se trata de un contrato de comodato. “Nosotros velamos por el bienestar del perro durante toda la vida, que esté bien alimentado, con sus análisis al día (cada seis meses), que viva bien, que descanse, que tenga ratos de ocio. Una vez sola tuvimos que retirar a un perro por maltrato. No es una máquina, es un ser vivo”, dice la instructora que cuenta haber entregado hasta la actualidad 40 perros de asistencia.

La demanda es alta y si bien hay patrocinadores, la oferta no es suficiente. Las entregas solidarias, es decir gratuitas, se mantienen, pero hay planes de patrocinamiento y colaboración.

“No tenemos, como en Europa o los Estados Unidos, una cultura de donaciones o esponsoreos y nosotros trabajamos ad honorem”, dice Fernanda, que es contadora. Su relación con los perros de asistencia comenzó a través de su hermano, que sufría una discapacidad motora y cognitiva. Para ayudarlo, investigó el tema, eligió una perra y aprendió muchas cosas que no pudo llegar a aplicar porque su hermano murió a los pocos meses: “¿Qué iba a hacer yo con todo eso que había aprendido? Me hice voluntaria. Y esa perra vive y trabaja conmigo”.

Más vida social

Viajar en avión, soportar una revisión médica, el pinchazo de una vacuna, comer en un restaurante, caminar por una calle concurrida: actividades más o menos comunes dejan de serlo si se trata de niños o niñas con TEA. Todo lo que nos parece simple se convierte en un logro enorme.

“Marko ahora tiene 11 años y hace dos que le entregaron a Alaska, su perra de asistencia”, dice la mamá, que detalla la épica del antes y el después de ese cambio: “Tiene patrones de sueño muy irregulares, se levanta en medio de la noche con toda la pila, da vueltas por la casa. La primera ayuda que nos dio Alaska fue con esta situación. Duermen en la misma habitación, no en la misma cama porque no entran, pero están acompañados. Ir al cine, al teatro, a un bar en familia, no podíamos: los ruidos y luces, la multitud de gente, la espera; era imposible todos juntos, teníamos que dividirnos con mi marido. Con Alaska volvimos a poder, ella le da tranquilidad, le permite tolerar esas situaciones. También en la escuela. Marko no soportaba los actos escolares. Probamos con Alaska en el acto del 20 de junio y funcionó. Y en el de fin de año, actuó y bailó. Todo lo que hacemos es con ella; ir al médico, viajar, ir a un partido de la NBA, todo se pudo. Su llegada fue beneficiosa para todos”, cuenta con emoción la madre y entrega pruebas visibles: la cuenta de Instagram @marko_y_alaska.

¿Cómo es posible? Entrenados especialmente para esta tarea, los perros sienten la tensión de los chicos y chicas con TEA. Hay un cinturón con un elástico atado al chaleco del perro, de modo que el animal puede bloquear la posibilidad de que escape. Al apoyar sus cabezas sobre ellos, los relajan, los contienen, los tranquilizan. Para las familias, esta colaboración es el permiso para una vida social más inclusiva, sin caras molestas en el entorno y con un hijo contento, calentito, parado en el mundo al lado de ese amigo que nunca lo va a abandonar.

El llanto del bebé

Igual que la película animada de 1995, igual que el histórico husky siberiano en la Alaska de 1925, Balto es el nombre de la escuela canina de Mar del Plata dedicada, entre otros tipos de entrenamientos, a una especialidad: perros de asistencia para personas sordas o perros señal. “Pero como la asociación no recibe ningún tipo de ayuda económica y no tiene un espacio físico propio, solo podemos entregar uno de estos perros al año”, dice Fabiana Vélez, la instructora y amante de los perros que a los 15 años ya sabía que iba a dedicarse a profundizar este camino de aprendizaje.

Según Fabiana, no tiene importancia la raza. Adiestra a perros golden y labrador pero también a otros, inclusive mestizos. Hay personas que traen a su perro para que sea entrenado y otras que se acercan a pedir uno. Pero todo dependerá de la edad del animal (siempre es preferible que lleguen cachorros) y, fundamentalmente, de su individualidad: tiene que ser vivaz, inquieto, sociable y muy curioso, en especial, con los sonidos. En cuanto al entrenamiento, subraya que la obediencia no debe ser inculcada de modo total: “El perro señal debe saber tomar decisiones, se lo entrena para eso: avisar con el hocico si suena el timbre, alarmas, llanto del bebé, teléfonos, gritos, llamados”.

Graciela Franco es una persona sorda, tiene 65 años y vive desde hace siete acompañada por Lorenzo. De día usa audífonos pero por la noche, no. Es entonces cuando su amigo la ayuda. “Lorenzo sabe todo, me avisa todo. Si suena la alarma del auto, si llegan mensajes al celular, si se cayó algo en el patio, si viene la gatita a la que le damos de comer; entiende todo, me avisa con el hocico, me despierta si estoy dormida y corre para el lado del sonido que escuchó. No sé qué voy a hacer cuando no lo tenga; para mí, es todo, todo”, dice Graciela, de Henderson, al centro oeste de la provincia de Buenos Aires, el lugar del exfutbolista Claudio Paul Caniggia y el de Lorenzo, el único perro señal de la ciudad que pasea con chaleco al lado de su humana, encargada de difundir el respeto a la ley. “Porque acá no sabían”, agrega.

A lo que se refiere Graciela, y también Nicolás en la obra que protagoniza, es que en la Argentina existe la Ley N.° 26.858, de 2013, que asegura el derecho al acceso, deambulación y permanencia de usuarios con perros de asistencia en cualquier espacio público y privado de acceso público de la Nación. No se puede negar la entrada de los perros con chaleco. Nadie, nunca, bajo ninguna excusa.

En todos los casos y en todos los sitios, no sabemos si es o no “con chicos”, como decía en otro contexto Fields. Pero seguro que sí es con perros. Los guía, los señal, los de servicio y otras dos especialidades que todavía en nuestro país no hay: los de alerta médico, para personas con diabetes, epilepsia, etc., y los de asistencia judicial, para acompañar a las víctimas cuando tienen que declarar en situaciones traumáticas, especialmente niños y niñas en casos de abuso y violencia. La asistencia, con estos amigos, es un festejo.

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Esta nota forma parte de la plataforma Soluciones para América Latina, una alianza entre INFOBAE y RED/ACCIÓN

Fuente: Infobae

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