Necesitó 511 partidos menos que Ray Allen para quitarle el récord de 2973 triples. Los números devastadores que reflejan cómo cambió el básquet, superando prejuicios y lesiones, con bravísimas rutinas, utilización de tecnología de punta y neurociencia. Su gran mentalidad, ambición y personalidad que lo han convertido en una atracción
El tipo es más que el mejor tirador de la historia. Es más que el mejor jugador de la actualidad. Stephen Curry es una atracción en sí misma. Por eso anoche, en el mítico Madison Square Garden, el día de su entronación como máximo triplero de la historia –en todas las instancias, playoffs, fase regular, finales-, las entradas fueron las más caras de la historia de la fase regular, trepando los tickets más baratos a 500 dólares en la reventa -un 450% más de lo que cuestan en un partido normal- y llegando a 4.000 la más cara. Y él respondió, como siempre hace. O casi siempre. Clavó cinco bombas y superó los 2973 triples de Ray Allen, el líder hasta ayer, quien estuvo en la cancha y se dio un emotivo abrazo con quien rompió su récord. Claro, era inevitable que la marca cambiara de dueño estando el Cheff cocinando en el estadio más famoso del mundo. Estuvo Allen y también Reggie Miller, el anterior dueño de la marca, comentando para la TV y siguiendo con la tradición que marca este show. Los tres posaron para la foto, el “circo marketinero” de la NBA en su máxima expresión para potenciar lo que ya de por sí es impactante.
Porque, claro, el base es una leyenda, pero sobre todo es un espectáculo en sí mismo que sigue elevando el techo de popularidad de la NBA. Pero lo llamativo es que no sólo lo es en la cancha, durante el partido. En la previa de cada juego, cuando hace sus rutinas de manejo de pelota o de lanzamientos inverosímiles desde lugares increíbles o de formas insólitas, causa tanto impacto o admiración que cuando ridiculiza defensas con sus lanzamientos kilométricos y de maneras nunca vista, que hasta incluyen darse vuelta y empezar a festejar antes de que el triple toque la red. Hace 10 días, por caso, se subió al primer piso del estadio Chase Center, salió por unas de las bocas de acceso a la plateas, pidió la pelota y la lanzó desde ahí. Estaba en desnivel, a unos 20 metros del aro y casi detrás del tablero. Pero a él no le importó. Le pasaron la pelota y, cuando las cámaras y celulares se levantaron, la tiró con parábola y una sonrisa en su rostro… La bola apenas tocó la red. Pero ojo, no fue un editadito para las redes. No hubo decenas de tiros para lograr esa conversión viralizada. Fue un intento. Y adentro. Así como habitualmente pasa en cada previa de local, desde hace años, cuando su lanzamiento desde el túnel que va a los vestuarios es un ritual. Suyo y de la gente que asiste, muchos temprano para justamente ver eso que tanto han visto en redes sociales.
Curry tiene un don. O varios, en realidad. Porque lo suyo no es sólo talento técnico, que lo tiene en dosis que nadie más ha tenido. Detrás de esa mano prodigiosa hay un gen, una tradición familiar, una mentalidad especial, una personalidad cautivante y, sobre todo, miles de horas de trabajo y una historia de resiliencia que le permitió superar adversidades y prejuicios hasta ubicarse como el jugador que cambió el juego para siempre. En esta nota aprovechamos esta marca única en su carrera para detallar cómo ha hecho este pibe para revolucionar el básquet y transformarse en la máxima atracción del mundo hasta llegar a niveles que exceden el propio deporte. Y cómo, pese a ya ser el mejor tirador de la historia, sigue buscando más con un combo que incluye rutinas muy exigentes, nuevas tendencias en acondicionamiento, la utilización de neurociencia, lo último en tecnología y, en especial, una mentalidad de hierro y una voluntad extrema para querer seguir empujando los límites de lo que hace unos años parecía imposible.
Tal vez sea una casualidad o, para creyentes, una causalidad que su nacimiento se diera en el mismo hospital que LeBron James, otro de los grandes jugadores de la historia que, junto a Steph, ha marcado esta era, en lo deportivo y en lo popular. En el mismo piso del Akron General Medical Center, en Ohio, y con el mismo médico, con la única diferencia que Curry llegó al mundo sólo 39 meses después que el Rey. Creer o reventar. Y, siguiendo con casualidades, Steph se crió en una familia muy deportiva y, puntualmente, basquetbolera. Su madre Sonya, de ascendencia haitiana, fue una muy buena jugadora de vóley en el secundario y la universidad, aunque el famoso resultó el padre, Dell, un exquisito tirador de la NBA que dejó su huella en los años 80 y 90. Jugó 16 temporadas (1083 partidos entre 1987 y 2002), promediando 11.7 puntos y un impactante 40% en triples. Un zurdo de nacimiento que, por una fractura de ese brazo a los nueve años, comenzó a lanzar con el derecho y se adueñó de uno de los lanzamientos más hermosos y espectaculares que se vieron en aquellas dos décadas. Usaba el N° 30, como hoy su hijo. Justamente Steph no fue el único niño de la pareja. Seth, dos años menor, brilla también en la NBA, hoy en Philadelphia Sixers. Desde hace cuatro años se estableció como uno de los mejores tiradores de la competencia. Está, claro, un poco eclipsado por su hermano, pero cada día menos. Hoy promedia 16 puntos, 3 rebotes y 3 asistencias, con un 40% en triples. Como el padre en su carrera y como Steph en la actualidad. ¿Otra casualidad o nueva causalidad? Lo cierto es que hay un gen, existe un don y se repiten personalidades y una ética de trabajo que se traspasado en la familia, sin duda alguna.
Volviendo al mayor, al extraterrestre que nos tiene cautivados desde hace años, hay números que reflejan cómo ha cambiado el juego. Por caso, Ray Allen, el hombre del récord hasta anoche, logró los 2973 triples en 1300 partidos disputados. Steph los superó en apenas 789, 511 menos. En promedios, hablamos de 2.3 triples convertidos por juego contra 3.8. Una locura que sólo alguien tan distinto podía lograr. Sí, se debe decir que hoy se tiran mucho más triples que antes pero, en gran parte, esto sucede porque Curry demostró que puede anotarse de tan lejos con una eficacia que antes era imposible de suponer. Y no es la única diferencia que refleja virtudes. Allen, si bien era un auténtico criminal del aro, logró 2500 de sus 2973 triples por asistencias (el 84%). Steph, en cambio, anotó sólo 1840 con pases gol (62%). El resto, 1137 fueron creando su propio lanzamiento.
Y hablamos de tiros que no son desde los 7m25 que marca la distancia de la línea de tres con el aro. Curry creo una moda. O una tendencia, en realidad, que fue clave en el cambio del juego. Es usual que Steph tome opciones desde 8, 9 ó 10 metros, con la misma eficacia que pegado a la línea de tres. O mejor que muchos otros desde más cerca. Según ESPN Stats, desde la temporada 1996-97, suman 39 los jugadores que intentaron al menos 150 lanzamientos entre 8.5 y 10 metros, pero solamente uno estuvo arriba del 40% en esa clase de tiros. Sí, claro, fue él. Hoy también es el líder histórico de la NBA con 38 partidos con al menos nueve triples. Los cinco jugadores que lo siguen en la lista no lo alcanzan ni siquiera sumando sus marcas entre todos. Nadie tiene más partidos con más de 10 triples (22), pero hay más marcas para este boletín: tampoco con más de cuatro, cinco, seis, siete, ocho, nueve, 11 y 12. Parece un chiste, pero es la realidad. En esta temporada promedia 5.4 bombazos por juego, por eso todos los flashes fueron a él en el Madison. ¿Cómo no iba a meter los dos que lo separaban del récord? Fue fácil, lo hizo en apenas cinco minutos. Dos bombazos con su sello, un tiro de 8 metros y pico llegando, sin dejar plantar a la defensa, y el segundo, a 7m38 del final del primer cuarto, saliendo hacia afuera y tomando un tiro de extrema dificultad yéndose hacia atrás. Extrema no para él, claro.
La emoción, entonces, se apoderó del estadio. Tras el abrazo con Allen y sus compañeros, en un intercambio digno de reflejar con Dray Green, se le cayeron las lágrimas en el banco y cuando abrazó a su madre en un pasillo. Pero no dejó las cosas ahí. Y fue por más (terminó con cinco en el triunfo de los Warriors, hoy los punteros de la NBA con récord de 23.5). Es que Stpeh quiere volver a ser el único en la historia en promediar más de cinco triples por juego durante toda una temporada. Lo haría por cuarta vez. No hay récord que se resista. Lleva ocho campañas con al menos 200 tiros y en un año calendario, el 2021, superó los 400.
Pero, está claro, estos números, estas marcas, no llegan por si solas. Es mentira que el talento todo lo puede. Curry es otra “rata de gimnasio”, como le llaman en Estados Unidos, que debió superar obstáculos de todo tipo para llegar hasta el estrellato y ser “el asesino con cara de bebé” del que todos hablan. En 2009, cuando fue elegido en el draft, él quería que lo eligieran los Knicks. Y NY lo tenía pensado, con el pick #8. Pero los californianos se adelantaron y se lo quedaron con el puesto #7. Todo cambió a partir de ahí, una franquicia subió y la otra se fue a pique. Lo cierto es que nada hacía presagiar que ese flaquito de gran tiro sería quien es hoy. Si bien se había destacado en la tres temporadas en la Universidad de Davidson (25.3 puntos con 48% en triples), lo hizo en una facultad menor, en una conferencia no tan competitiva. Y, más que eso, se dudaba de su físico, endeble. Y de los tobillos, que decían tenían problemas crónicos. Algunas se disiparon cuando Steph promedió 17.5 puntos y casi 44% en triples en la primera temporada, pero cuando reaparecieron las lesiones en los tobillos (jugó sólo 26 partidos en la 11/12), otra vez, muchos se preguntaron si no iba camino a ser un nuevo Grant Hill, aquel supertalento que fue dinamitado por las lesiones…
Keke Lyles le cambió la carrera. O se la salvó. El coach de acondicionamiento físico llegó a los Warriors en 2013 y su esquema de trabajo modificó el panorama y el base ya no volvería a padecer. “El poder viene de las caderas. Le enseñamos a Steph a quitarle peso a sus tobillos”, contó quien le dio ejercicios para fortalecer la zona, incluyendo uno determinante proveniente de la yoga llamado single-leg hip airplane. “Todo radica en su sistema nervioso central. Es el mejor que vi y la explicación de por qué es tan buen golfista (tiene un hándicap casi de profesional: +2.2), un gran jugador de bowling y un gran tirador”, contó el trainer.
Pero, claro, una vez que dejó atrás las lesiones, no dejó de crecer y dio rienda suelta a su confianza, pero siempre siguiendo rutinas extenuantes de acondicionamiento físico y lanzamientos. Nunca deja la cancha sin anotar 500 triples en pretemporada y 300 durante la fase regular. Tampoco esquiva algunos de los tres tipos de lanzamientos: a pie firme, con dribbling y en movimiento y cerca del aro, sean flotadoras o bandejas. Como buen atleta de elite, que sabe que la diferencia está en los detalles, trabaja mucho en la coordinación de manos y ojos, usando un sistema de visualización y unos anteojos diseñados para responder a puro reflejo, mejorando la reacción y velocidad en la toma de decisiones. Una forma de tener todo conectado y no sólo aprovecharse de su mano de seda. Cuando la pelota se detiene, toca elongar para mantener la agilidad y flexibilidad que también lo hacen distinto. Esto lo repite todos los días, ni siquiera para en los que tiene libre. Su rutina incluye un buen dormir (ocho horas que controla con tecnología), cuidados en las comidas y terapias alternativa, sobre todo el yoga que conoció con Lyles. Su recuperación la ayuda sumergiéndose en tanques de privación sensorial, una técnica que consiste en sumergir el cuerpo en una superficie que tiene agua a temperatura corporal saturada de sales de Epsom y magnesio.
Steph es, además, alguien muy curioso que siempre busca lo nuevo para seguir mejorando y empujando los límites. Antes de esta temporada, junto a su entrenador personal Brandon Payne, dispusieron de una tecnología para alcanzar la perfección. Durante cinco días a la semana realizaron sesiones de tres horas con software de seguimiento de lanzamientos. Cada vez que Curry hacía un tiro, se rastreaba con tecnología el movimiento del balón y el arco: si la pelota no ingresaba por el medio del aro el tiro lo consideraban como fallido. Empezaron con tiros a pie firme y siguieron con otros en movimiento. “Fue un desafío mental tratar de ser lo más perfecto posible. Es una situación similar a un partido con presión. Y, a la vez, me servía de acondicionamiento porque cuando fallaba, tenía que volver a tirar…”, contó a quien no le importó ya ser el mejor tirador del mundo. Steph siempre quiere más y busca empujar los límites, incluso los propios, que están mucho más allá de los colegas de la NBA.
Para completar un combo que hoy lo hace el máximo candidato a MVP, encaró un training que le permitió ganar 2 kilos de musculatura, buscando mantenerse sano, superarse defensivamente –sus números hablan de la mejor temporada en esta faceta- y aumentar la capacidad de absorber el contacto físico y el castigo de defensores que busca rozarlo y golpearlo, en las cortinas o cuando va hacia adentro.
“Quiero llegar a los 3000 triples y sueño con el día en que digan que soy el mejor tirador de la historia, pero en el camino también quiero ganar algunos anillos (NdeR: suma tres)”, admitió hace poco. Prácticamente lo ha hecho todo. Pero él, a los 33 años, quiere más. Y va por más. No tengan dudas que no hemos visto el final de esta historia de Hollywood, una más que nos presenta la NBA.
Fuente: Infobae