Eulalio Muñoz tiene 26 años y creció en un hogar precario en Costa de Gualjaina, una zona rural a más de 80 kilómetros de Esquel, Chubut. A los 16 años descubrió, casi por casualidad, que le apasionaba correr. Hoy es maratonista y logró la mejor marca de la historia argentina en los Juegos Olímpicos de Tokio
Por Lara Lukaszewicz para Infobae
Se llama Eulalio, pero todos le dicen Coco. El porqué obedece a una anécdota bastante particular. Su infancia transcurrió en una casa de adobe en el campo, rodeado de chivos, ovejas, perros y gallinas. Le gustaba despertarse todos los días a las 5 de la mañana para ponerse a la par de los gallos y cantar junto a ellos “¡Cocorocó”!. Su padre decidió que entonces su apodo debía ser ese, “Coco”.
Hoy también se levanta a la madrugada todos los días, pero no para despertar a su familia, sino para ir a entrenar. Ese niño que jugaba a “hacerse el gallo” y se “tatuaba” con lapicera los anillos olímpicos en las manos, es ahora corredor de maratones. Y uno para nada ordinario: el año pasado logró en los Juegos Olímpicos la mejor marca de la historia para un atleta argentino.
Hasta los siete años vivió en el campo de su abuela, en Costa de Gualjaina, a 13 kilómetros de Gualjaina, una localidad de poco más de mil habitantes. Dormía en cueros de chivos y no tenía vecinos, ni televisión, ni ducha, pero sí ovejas, gallinas, gallos, perros y muchos hermanos. “Nosotros solíamos viajar al pueblo caminando, obviamente, porque no teníamos vehículo. Hacíamos 26 kilómetros en total. Creo que nos la pasamos caminando cuando éramos chicos, porque hacíamos dedo pero pocas veces nos levantaban”.
Años después, su padre, peón rural, consiguió un empleo en el municipio y se fueron a vivir al pueblo. Recién entonces pudo comenzar el colegio y hacer sus primeras amistades. “A los 8 años directamente me mandaron a primero, no fui a jardín ni a preescolar. Así que si se trata de compartir, mucho no entiendo”, bromea.
Coco está lleno de curiosidades y anécdotas, aunque las cuenta con total ligereza. Que hoy sea corredor de maratones es, en parte, una casualidad. Al principio soñaba, como todos los niños, en ser como Maradona. Jugaba en un club barrial de su localidad y se destacaba por correr mucho durante los partidos. “Yo creo que todos cuando somos nenes elegimos jugar al fútbol, más en un pueblo que no hay otras disciplinas para hacer, tenés para mujeres voley y para varones fútbol. Mi hermano tenía un amigo que compraba la revista El Gráfico y ahí leíamos siempre la historia de Maradona. Él nos las regalaba siempre y yo me enamoré de un libro que era sobre la vida entera de Diego. Me motivaba con eso. Todos los días leía un poco más, y decía “algún día voy a ser como Maradona”, cuenta.
Pero su club de fútbol cerró y él se quedó sin deportes para hacer. Entonces su entrenador, lo incitó a prepararse para correr una carrera. “Así que tenía 16 años y me anoté en una media maratón. En realidad yo quería correr 5 kilómetros, pero no había más cupos y terminé corriendo 21. Yo no tenía ni idea de cómo era, pensé que era lo mismo. Y no era lo mismo, pero ya estaba en el baile y había que bailar. Por suerte me fue bastante bien, gané en mi categoría y me dieron un trofeo. Si el club existiera hasta el día de hoy, quizás no estaríamos teniendo esta charla…”, dice.
En ese primer contacto con el atletismo conoció a una profesora de educación física que lo ayudó a ejercitarse por seis meses, hasta que el nombre de Rodrigo Peláez comenzó a resonar en las radios y en la mente de Eulalio. Rodrigo era un profesor que entrenaba jóvenes corredores y los llevaba a competir por todas partes del mundo: el sueño de Coco.
“Así que un día me contacté con él por Facebook, le mandé un mensaje y le pedí que me entrenara. Fue de cara rota, ni siquiera lo conocía. Él no me dijo ni que sí ni que no en ese momento, pero me dijo que podría ser si existía la posibilidad de que fuera a Esquel y me sentara a charlar con él”, cuenta. Tiempo después de esa conversación, Eulalio se encontró con Rodrigo en una carrera cross en Esquel, en la que salió segundo. Exaltado le pidió que lo entrenara, pero Peláez le advirtió que no entrenaba chicos a distancia.
Hay poco más de 80 km entre Gualjaina y Esquel, pero son suficientes como para impedir un trato presencial todos los días. Ese mismo año Eulalio volvió a contactarse con Rodrigo para pedirle que fuese su entrenador. Esta vez, la respuesta fue determinante: “Si vos te animás, venís a vivir a Esquel, yo me ocupo de conseguirte un colegio para que estudies y te venís a entrenar”.
“Le dije que sí, pero después pensé ‘¿dónde voy a vivir?’. Ni siquiera conocía el lugar, iba dos o tres veces al año solamente. No conocía a nadie. Le pedí permiso a mi mamá y, obviamente, me dijo que no. Entonces le fui a contar a mi papá y él me dijo que si era lo que quería, que lo hiciera”, recuerda.
Con 17 años y muchas incertidumbres, Eulalio decidió irse a vivir a Esquel solo, en una pensión para estudiantes. Allí vivía con otros chicos, compartían la habitación y hasta la comida. Rodrigo Peláez se hizo cargo de él. El tiempo fortaleció su relación; hoy cuando Coco habla de sus logros deportivos, sin darse cuenta, lo hace en plural. Los premios, las felicitaciones, los sacrificios y hasta las lágrimas, son compartidas.
Al principio, cuenta, no podía entender algunos códigos de la gran ciudad, como el tuteo de alumnos a profesores. Le parecía la peor falta de respeto. Tampoco se explicaba por qué las personas no le respondían cuando él las saludaba en la calle, en Gualjaina todos se conocían y era la costumbre.
“Los primeros meses fueron de aprender, de conocer el lugar, de conocer gente, pero también ni bien me vine acá la relación con mi papá cambió un poco… Un poco bastante. Yo me vengo a Esquel en mayo y él en junio se enferma, le diagnosticaron que tenía un tumor en la cabeza. Falleció dos días antes de mi cumpleaños, el 14 de julio. Eso fue un golpe muy duro, me sentí culpable por mucho tiempo. Yo creía que lo que le había pasado era en parte por mi culpa, por haberlo dejado allí, por haberme venido y haber pensado en mí”, recuerda.
La muerte de su padre fue el obstáculo más grande que afrontó en Esquel, pero no fue el único. “Muchas veces pensé ‘yo no pertenezco acá, me voy a mi pueblo, me voy con mi familia’. Tenía una beca de mil pesos y yo vivía con eso. La pensión me salía 400 pesos, yo tenía 600 pesos para sobrevivir… porque era sobrevivir. Se me hacía difícil hasta comprar un par de zapatillas. En 2015 había tomado la decisión de volver a casa, quizás no era todo como alguna vez lo había soñado. Pero gracias a mi entrenador y a algunas personas mas que me rodean, que me cambiaron la cabeza, me quedé. Decidí quedarme y jugármela por el atletismo”, cuenta.
Eulalio recuerda todo el tiempo que sus afectos fueron quienes lo empujaron a seguir. Entre ellos, Diego, dueño de la verdulería y frutería “Los Mendocinos”. “Yo le conté que había llegado hacía poco a la ciudad y me dijo ‘pásate por la verdulería y te vas a llevar cuatro o cinco frutas por día’. Ese fue mi primer sponsor. Él ni siquiera me conocía, pero confío a ciegas en mí. Hasta el día de hoy hablamos. Ya no voy a buscar frutas, pero mantenemos el contacto”.
En 2015 consiguió trabajo en el municipio en el sector de servicios generales, haciendo “cualquier cosa que hiciera falta”, como limpiar pisos y cortar el pasto. Gracias a ese empleo, pudo alquilar un departamento y dedicarse 100 por ciento al deporte. Luego vinieron las carreras, los viajes al exterior y los premios. Actualmente trabaja en la administración de CAF, una institución de acción social para niños de familias carenciadas.
Eulalio tiene seis maratones (y contando) en lo que va de su carrera deportiva. En 2019 debutó en Rotterdam, donde hizo una marca de 2h15m48s, y también corrió en Buenos Aires, con 2h12m21s, tiempo que le permitió clasificar a los Juegos Olímpicos, quedando a 50 segundos de la marca mínima. Ese mismo año, en diciembre, corrió en Valencia, en la carrera que le iba a permitir ingresar definitivamente. La mínima era 2h11m30s y él llegó con 2h11m25s. Fueron cinco los segundos que cambiaron el curso de su historia. En 2020, año para el que estaban previstos los juegos, volvió nuevamente a la Maratón de Valencia en la Edición Elite, para atletas olímpicos. Allí logró su mejor marca, de 2h9m59s.
El año pasado corrió en los Juegos Olímpicos, en Sapporo, y logró el puesto número 31, con una marca de 2h16m35s, con la que se consagró como atleta: obtuvo la marca más rápida para un argentino en esa competencia. En 2021 también volvió a Valencia y corrió en otra maratón, en la que logró el tiempo de 2h11m55s. Su próximo proyecto es el Mundial de Atletismo en Estados Unidos, del 15 al 24 de julio de este año.
- ¿Cuando recordás tu infancia en el campo, ¿en qué pensás?
- Vivir en el campo ya es súper diferente a vivir en la ciudad. Televisión de por sí nunca tuvimos, ni en el campo ni en Gualjaina. Creo que la primera que tuvimos fue cuando tenía 15 años recién. Vivíamos todos juntos, en una piecita hecha de adobe. Tampoco teníamos camas, sino que dormíamos en cueros de chivos. Esas cosas es como que cuando uno es chico es normal, y después cuando vas creciendo decís ¿pero no había un colchón? Y no, no había. No hacía falta, era lo que estaba en ese momento y éramos felices con eso. En ese sentido obviamente han faltado cosas, pero nuestros padres siempre de alguna manera nos educaron y nos hicieron ver la vida de una manera diferente. No creo que tuve una infancia muy dura, sino al contrario. Creo que fue una infancia diferente nada más, como les toca vivir a muchas personas. Hacíamos cosas de campo y aprendíamos mucho. Yo gracias a Dios tengo la dicha de poder contarlo, muchas personas seguramente se deben sentir identificadas porque están viviendo o vivieron lo mismo que me tocó vivir a mí. Está buenísimo que nos den la oportunidad de poder contarlo para que se vea también una realidad que todos viven que no se muestra.
- Y cuando volvés a Gualjaina, ¿cómo es el recibimiento?
- Cambió muchísimo mi vida, pero cuando llego a Gualjaina, me reciben como si llegara “el campeón”. Y es algo que me lo hacen sentir todo el tiempo, me brindan mucho cariño. En Gualjaina nos conocemos todos, no hay nadie que diga “no conozco a tal persona”, porque sí. Nos conocemos todos. Cada vez que llego, me saludan con atención y cariño. De alguna manera, ellos se sienten contentos porque cada vez que nos toca competir en alguna parte dicen “Coquito es de acá, de Gualjaina”. Represento un poco al pueblo también. Yo estoy más que orgulloso del lugar del que salí. El sentimiento es mutuo con ellos.
- ¿Cuál fue la maratón más difícil que corriste?
- Yo creo que los Juegos Olímpicos, por lo que implica el hecho de estar ahí representando a tu país. Si bien uno siempre representa el país y quiere dejar bien parada a su bandera y demás, ahí era países contra países. Es lo máximo del deporte. Y también fue difícil por el tema del clima. Nuestro calor acá es de 27 grados y allá el clima era 27 o 30 grados a las 7 de la mañana. O sea, hacía muchísimo calor todo el tiempo y había mucha humedad. Y bueno, ni hablar por la calidad de atletas, ¿no? Están los mejores del mundo. Yo logré llegar en el puesto 31. Hice la marca más rápida de todos los argentinos que hayan participado en los Juegos Olímpicos.
- ¿Y la más gratificante?
- Por ser los Juegos Olímpicos podría ser esa, pero para mí, si tengo que elegir entre todas, voy a quedarme con la que hice mi mejor marca, que es en Valencia, donde hago 2h9m59s.
- ¿Cómo fue prepararte para Tokio?
- Fue un camino bastante duro por el clima. Acá en Esquel es siempre invierno y eso hace que los entrenamientos sean difíciles. Por eso decidimos viajar a México donde, supuestamente, iba a hacer calor. El clima iba a ser bastante parecido a lo que sería en Sapporo. Fue una sorpresa que no sea para nada igual. Fue una preparación bastante dura, duró unos tres o cuatro meses aproximadamente y entre esos estuvimos fuera de casa durante mucho tiempo. El poder correr en los Juegos Olímpicos y hacer una buena marca y llegar a un puesto que alguna vez anhelamos, creo que eso fue la frutilla del postre. Me sentí súper feliz con el resultado. Trabajé durante mucho tiempo para eso. Nosotros siempre decimos, no es buscar una marca, sino dejar al país lo mejor representado posible. Creo que fue lo mejor que pude hacer en ese momento y por suerte salió bastante bien.
- ¿Cómo es tu relación con Rodrigo?
- Para mí es el mejor entrenador del mundo, y más que nada, es un gran amigo. Hemos pasado tantas cosas… Puede pasar esto de que sea tu entrenador y nada más, pero con él somos amigos. Hay una gran confianza mutua. Si él me tiene que decir algo porque me estoy equivocando, lo hace.
- ¿Qué piensa tu familia sobre que seas atleta?
- Están contentos, la que por ahí no dimensiona o no entiende mucho es mi mamá. Mi mamá, como toda mi familia, se crió en el campo. Tampoco fue al colegio y no entiende si vos le decís “voy a los Juegos Olímpicos”. No entiende lo que significa, lo que implica. Ella al día de hoy siempre está preocupada porque estoy muy flaco, pero fuera de eso está contenta. Mis hermanos están muy felices, son los que de alguna manera siempre me apoyan. Siempre me motivan para que siga por el camino del atletismo, que me ha cambiado la vida.
- ¿Y tu papá qué opinaba?
- Mi papá era un gaucho, típico gaucho con bombacha, botas y sombrero. Cuando yo le conté que me quería venir para acá me dijo que sí, que no había problema, que me iba a ser un poco difícil irme a vivir solo, pero si era lo que quería que le diera para adelante. Yo lo hablé con mi papá, él tenía una enfermedad, problemas con el alcohol, y fue difícil. Es difícil contarlo. Pero me apoyó. Hasta cuando estaba internado varias veces tuvimos charlas sobre el atletismo y yo le contaba de mis carreras, y él me decía que yo siguiera, que si era lo que me gustaba tenía que hacerlo. Palabras más, palabras menos, él siempre me apoyó y me pidió que fuera para adelante.
- ¿Quién es la persona que más te apoya?
- Yo creo que el que más está y más estuvo siempre es justamente mi hermano Albino. Él siempre se la ha jugado por mí. Muchas veces me ha tocado de que yo no tenía para comprarme un par de zapatillas y él buscaba la vuelta, conseguía el dinero de alguna manera para que yo me las pudiera comprar. Así que yo creo que él es fundamental. Además, siempre me motivó a terminar de estudiar. Después, acá en Esquel, mi novia, su familia y su abuela. Siempre me han apoyado.
- ¿Tenés algún sueño o aspiración?
- Salud y poder seguir corriendo. Creo que eso es lo más importante en esta época que está tan difícil para todos. Creo que tener salud y poder hacer lo que a uno le gusta es fundamental. Así que por ahora es eso, más adelante iré viendo.
- ¿Cual es tu motivación para seguir?
- No sé si hay algo que me mantiene motivado. Amo correr, es mi pasión hacerlo. Cada mañana, cada día, lo necesito. Obviamente uno va adquiriendo experiencia y ya te vas proponiendo objetivos o planteando metas a las que queres llegar. En un principio yo quería llegar a los Juegos Olímpicos y gracias a Dios ya lo pude cumplir. En otro momento también quería correr con la remera de Argentina en un sudamericano y también lo pude hacer. Lo único que me falta es correr en un mundial, al cual ya estoy clasificado, para este año, que se va a hacer en Estados Unidos, en Eugene, Oregón. Esos objetivos que uno se plantea te mantienen motivado, uno se va proponiendo metas que a largo plazo se tienen que cumplir. Yo me pongo esa presión de decir “lo tengo que cumplir o lo tengo que cumplir”.
Fuente: Infobae