Cuando Su Majestad volvió en 1995 tras su primer retiro, sorprendió al mundo cuando se lo vio con la número 45 de los Chicago Bulls en lugar de su histórico 23
Michael Jordan ya no era el mismo. Había perdido la motivación para seguir dominando su deporte. Exhausto por las propias presiones para mantenerse en la cima del básquet mundial y cansado de tener que lidiar con acusaciones mediáticas sobre su adicción a las apuestas, su corazón recibió la última puñalada cuando recibió la noticia que su padre había sido asesinado.
El 13 de agosto de 1993 marcó un quiebre en la vida de MJ. En el pináculo de su carrera, recién consagrado como campeón de la NBA por tercera temporada consecutiva, el hombre que había liderado a los Chicago Bulls anunció poco tiempo después su retiro. Incrédulos, ningún fanático podía comprender cómo el jugador que había globalizado la liga más famosa del mundo del básquet podía dejar su reinado.
Jordan necesitó irse. Y para cobijarse en tierra conocida eligió el deporte que su padre James hubiera querido que jugara. Aprovechó que el dueño de los Bulls, Jerry Reinsdorf, también era el propietario de los Chicago White Sox, una de las dos franquicias de las Grandes Ligas de béisbol que tiene la ciudad, para sumarse a las filas de los Medias Blancas. Como usualmente sucede con los nuevos jugadores, la dirigencia los envía a practicar a los equipos de las ligas menores y fue así que Michael se mudó hasta Alabama para ponerse la número 45 de los Birmingham Barons.
Como una escena repetida de la época, Jordan revolucionó la vida de una simple franquicia de expansión. Volvió a recuperar la pasión por el deporte y la competencia. Y cuando se disponía a terminar de adaptarse a su nueva disciplina, una huelga de jugadores truncó lo que hubiera sido el desembarco de la superestrella del básquet en la Major League Baseball.
En una jugada marcada por el destino, Jordan se quedó sin deporte para practicar. ¿Qué hizo? Empezó a visitar a sus viejos nuevos compañeros de los Bulls y, tras varios entrenamientos, fue él mismo el encargado de redactar, tal vez, el comunicado que generó más impacto en la historia del deporte. Aquel 18 de marzo de 1995, dos palabras marcaron el regreso de MJ a la NBA: “I’m back”, escribió. Sí, el histórico número 23 estaba de vuelta en Chicago para intentar recuperar el lugar de supremacía que había dejado 21 meses atrás.
“Después de verlo en la cancha, creo que podré describirlo. O tal vez no pueda describirlo. Pero una vez que lo veamos en ese uniforme rojo jugando para los Chicago Bulls, ese será el momento emotivo que hemos buscado y todos esperábamos”, dijo Phil Jackson en la antesala del enfrentamiento contra los Pacers. El plantel se subió al avión para viajar a Indiana y una vez que el avión tocó tierra en el Aeropuerto de Indianápolis, el escenario fue caótico: un centenar de aficionados con pancartas y decenas de periodistas agolpados a la expectativa de poder tomar imágenes de la llegada de Jordan.
“El ambiente era eléctrico. Ese día, el Market Square Arena tenía ambiente de un partido de playoffs”, recuerda Steve Kerr en un fragmento del documental. Las entradas en reventa se llegaron a pagar más de 2.000 dólares para volver a ver al legendario 23, que una vez que ingresó al campo, sorprendió a la NBA con una particular elección. Su número, ese que le había servido para transformarse en una marca mundial, había desaparecido de su espalda. Atónitos, una vez que Jordan se quitó la campera, el público descubrió que debajo de su apellido estaba estampando el 45, la nueva patente elegida por MJ para su regreso.
“Se sintió como nuevo comienzo”, dice MJ para poner en contexto el significado de volver a las fuentes, al lugar que lo catapultó como un atleta conocido en el mundo. “El 45 fue mi primer número cuando jugaba en la escuela secundaria”, recuerda de aquella elección que tuvo que hacer en su primer año en el instituto Emsley A. Laney.
Para Jordan, su vuelta a la NBA fue explorar un mundo nuevo. Pero no porque desconociera a sus rivales o no tuviera química con sus compañeros en los Bulls, sino porque el hombre que lo impulsó a ser un feroz competidor había dejado su asiento vacío. “No quería usar la 23 porque mi padre no estaba ahí para verme”, marca Michael sobre lo difícil que fue no tener más a su lado a James, su padre, aquel que lo había abrazado entre lágrimas de champagne en los vestuarios del Forum de Los Ángeles después de vencer a los Lakers de Magic Johnson en el 91.
Como era de esperar, porque hacía casi dos años que estaba fuera de competencia, la vuelta de Jordan fue dura. Se lo notó lento, un poco desenfocado y fuera del timming de juego, todas situaciones normales tras tantos meses al margen de la actividad. Terminó con 19 puntos aquella noche, con un mal porcentaje de efectividad en tiros de campos -anotó 7 tiros de 28 intentados con un 0-4 en triples- y no pudo evitar la derrota de Chicago en tiempo suplementario por 103-96. Más sufrió por no tener a su papá esperándolo a un costado del banco.
En los 17 partidos de la fase regular que MJ usó la 45 promedió 27 puntos, casi 7 rebotes y más de 5 asistencias. Dos noches quedaron marcadas en la memoria de los fanáticos de los Bulls: el tiro sobre la hora para ganarle a Atlanta en su segundo juego tras el regreso y la noche que le anotó 55 puntos a los New York Knicks en el Madison Square Garden. Ya en los playoffs, mantuvo el número hasta el primer juego de las semifinales de la Conferencia del Este ante la revelación de la NBA: el Magic de Shaquille O’Neal y Penny Hardaway.
Después de superar a Charlotte en la primera ronda de la postemporada, Chicago estaba a un paso de ganar el juego inicial de la serie ante Orlando en la tierra que hizo famosa Walt Disney. Pero un error de Jordan, que perdió la pelota en ataque, terminó con una derrota que marcó la serie. Una vez finalizado el encuentro, Nick Anderson, una de las figuras del rival, fue tajante en su declaración: “45 no es 23”, respondió sobre la acción en la que lo tuvo como protagonista tras robarle el balón a MJ.
¿Qué decisión tomó Jordan al duelo siguiente? Desempolvó la histórica 23 y se volvió a poner su capa protectora. Esa temporada no acabó con Michael levantando el trofeo de campeón, pero si le sirvió al mejor de todos los tiempos para sumar un nuevo desafío en su regreso a la NBA. Ya sin su padre, pero con el mismo número. El capítulo siguiente de la historia tuvo un desenlace conocidos.
Fuente: Infobae