Mauro Di Si tiene 34, es de Castelar y hace siete años partió a Europa para integrarse a la ONG humanitaria Open Arms, a la que Enrique Piñeyro donó el barco más grande de la organización. El relato de los rescates y el dolor cuando vio morir a un bebé y a un joven en uno de sus primeros viajes. También Rodrigo Otero, el Primer Oficial del buque, de 37 años y nacido en Ituzaingó, cuenta su experiencia
Por Mercedes Ninci para Infobae
Mauro Di Si aún recuerda el día en el que vio morir a un bebé de 5 meses y a un joven de 21 años. Sucedió en 2018, cuando los intentaban salvar junto a otras 500 personas hacinadas en una balsa de madera en el Mediterráneo central. La mayoría habían escapado de Eritrea, por Sudán, para llegar a la costa de Libia, meca de los traficantes de personas que buscan huir de la hambruna y las guerras civiles del África Subsahariana. “Cuando empezamos a repartir los chalecos un chico entró en paro cardiorrespiratorio, lo evacuamos rápidamente pero no llegamos a recuperarlo por más que le hicimos una reanimación de 25 minutos. Estaba muy flaco, muy débil. Fue terrible. También murió un bebé, fue una vivencia muy fuerte, la madre estaba en shock. No nos brindaron una evacuación en el momento, y no hubo cómo salvarlos”, lamenta todavía con profunda tristeza. Mauro ya participó en más de 30 misiones a bordo del buque de la ONG Open Arms para rescatar migrantes que sueñan con un futuro mejor en Europa. Y ese fue sólo uno de los tantos dramas que vivió.
Ahora el rescatista, nacido en Castelar hace 34 años, acaba de llegar al puerto italiano de Livorno junto a 20 tripulantes, con 117 personas que huían de Sudán, Eritrea, Libia y Etiopía en un bote paupérrimo. “Lo primero que realizamos es preguntarles nacionalidad y edad y enseguida los médicos los revisan. Si se identifica que alguna persona huele a gasolina, lo que hacemos es separarlo urgente. El contacto del combustible con el agua de mar genera una solución que quema la piel. Por eso los llevamos a una ducha, se bañan y se ponen ropa seca”, explica. “En este barco teníamos algunos casos de infecciones, problemas intestinales, lastimaduras de sol y sarna, algo que es muy común, pero no podíamos tratarlo a bordo porque hay que aislarlos del medio que genera el contagio”, contó a Infobae una vez que llegaron a tierra.
“Además, la gente tiene muchos problemas psicológicos. Pasaron por traumas muy graves. La mayoría de las mujeres han sido violadas. Es un tema sensible de tocar. Todas estas personas llegaron a Libia cruzando varios países y varias fronteras, entonces en todo ese recorrido que realizan se vulneran todos sus derechos y es muy probable que terminen en una red de tráfico. Se calcula que todas las mujeres que tuvieron que pasar por Libia fueron víctimas de abuso sexual. Pensá que hay chicas que permanecieron 6 meses o un año y en ese tiempo fueron abusadas”, describe con angustia. En el barco fueron rescatadas 25 mujeres, de las cuales 7 eran menores de 18 y la más grande tenía 27 años. “Muchas de las que rescatamos están embarazadas y eso fue producto de la violación”, asevera.
La ONG benéfica española lleva en cada barco un mediador cultural. Hablan francés, inglés, árabe y tigriña, un dialecto eritreo para los mensajes generales y el día a día en la cubierta, desde la distribución de la comida hasta en cuántos días van a llegar al puerto. Los socorristas no indagan en las historias particulares de cada uno salvo que ellos mismos las cuenten. “A veces preguntarle a una persona lo que hacía en su lugar de origen es llevarlo a una memoria emotiva que puede ser muy traumática”, explica Mauro. “Cada país tiene una realidad distinta. Hay gente que tiene su integridad física o su vida amenazada, hay niñas que escapan de la ablación ayudadas por su familia, que no quieren que las sometan a esa mutilación por una creencia religiosa, y hay gente que simplemente busca un mejor porvenir porque no hay posibilidades de progreso en el país donde vive. La mayoría de los países africanos están pasando graves crisis económicas producto del expolio que hacen las grandes potencias, sobre todo Europa”, añade con convicción.
Mauro dejó la Argentina en el año 2016 con rumbo a España. Viajó con el objetivo de formar parte de la Organización Humanitaria No Gubernamental Open Arms para salvar a los náufragos en el Mar Mediterráneo. Atrás quedó el Oeste del Conurbano Bonaerense, el tren Sarmiento, su trabajo en el Instituto de Vivienda de la Ciudad de Buenos Aires en el área de Sistemas, sus prácticas de guardavidas en los balnearios de Villa Gesell y la carrera de Diseño de Imagen y Sonido en la Universidad de Buenos Aires. Antes de emigrar a Europa, hizo una temporada como bañero en la playa de Tres Cruces, muy cerca de Santiago de Chile. Volvió a Argentina y un amigo suyo le contó que había estado colaborando en Lesbos. Se comunicó con la ONG. Primero hizo una misión por 20 días en esta isla griega, la más cercana a Turquía. Luego se fueron estirando los plazos, comenzó a aprender a manejar las embarcaciones de rescate y ya después no pudo regresar a la Argentina. “No podía volver a mi vida cotidiana, encontré que lo que estaba pasando aquí era mucho más grande de lo que me imaginaba y me aboqué a vivir cien por ciento a esto”, recuerda. En Castelar quedaron sus padres Silvia y Gabriel y su hermana Lucía, pero en el 2019 decidieron todos ir a vivir a España.
“Empecé en Lesbos, en combinación con otras ONG haciendo vigilancia nocturna. El lugar es un estrecho y desde las montañas de la costa, con prismáticos, se podía ver si había embarcaciones a la deriva. La distancia entre Turquía y la isla es de 10 o 12 kilómetros solamente. Ahí trabajaba como guardacostas. Cuando recibíamos un aviso, como el equipo ya estaba entrenado, en cinco minutos estábamos con una lancha rápida en dirección a donde estaban los migrantes y los rescatábamos de esa manera. Allí es donde empecé y estuve viviendo en dos períodos distintos, como 10 meses”, recuerda.
Con los años, se ganó el puesto de Coordinador de Buque y Rescate, ocupándose de entregar chalecos salvavidas, comida, mantas, higiene, ropa y organizando a los voluntarios de la nave. Hoy trabajan 20 tripulantes en el barco “Open Arms”, entre ellos su pareja catalana, Ester, también Coordinadora, con quien comparten la vida desde hace 5 años en el buque y en su casa en Badalona, ciudad ubicada a 12 km de Barcelona, también sede de la Organización.
Con el paso del tiempo, la ONG debió cambiar el epicentro de los rescates y por motivos sociopolíticos los viajes se hicieron cada vez más extensos. Entre 2015 hasta marzo de 2016 Lesbos y otras islas griegas fueron la principal vía de entrada de los refugiados a Europa. En aquel momento se firmó un acuerdo entre la Unión Europea y Turquía en el que se cerraba aquella vía de entrada y cualquiera que llegara a las costas turcas iba a ser deportado. A partir de entonces los migrantes comenzaron a tomar vías más largas y arriesgadas por el Mediterráneo Central para llegar a Europa. Nadie sabe cuántas personas se han ahogado desde entonces. Open Arms señala en su página de presentación que desde el 2014 más de 20 mil personas murieron en el mar. Otras organizaciones hablan de 30 mil y el Papa Francisco llegó a referirse al Mediterráneo como “el cementerio más grande de Europa” en una entrevista con la RAI en febrero de 2022. “Hay un índice que señala que más de 25 mil personas perdieron la vida en el mar desde el 2015 pero hay muchas más que han fallecido” asevera Mauro Di Si. “Nadie tiene un registro de cuántas personas, de cuántas embarcaciones salen realmente de la costa de Libia. Entonces sólo se puede registrar lo que se denuncia, los casos que se hacen públicos. Por eso también es que no interesa que los barcos de rescate de las organizaciones civiles estén presentes porque aparte de rescatar denunciamos y cuando denunciamos, lo que hacemos es exponer la inacción de los Estados. En donde no hay un testigo esas víctimas son anónimas y no hay un recuento. Hay muchísimas personas que figuran como desaparecidas y en realidad se han ahogado en el Mediterráneo tratando de llegar a Europa”, agrega el coordinador de Open Arms.
Infobae mantuvo la primera parte de la entrevista con Mauro Di Si desde el buque donde hacían el rescate. En esa charla el socorrista se mostraba desesperado con la actitud de las autoridades de frontera italianas que impidieron que los migrantes bajaran en el Puerto de Sicilia. “Este es el quinto día de navegación que estamos realizando con los rescatados. No nos dejaron amarrar en Sicilia y ahora nos mandan a Livorno, al norte de Italia, en el mar Tirreno. Normalmente deberían darnos un puerto más cercano, esta es una modalidad que están usando hace poco tiempo. Lo que buscan es desgastar a las organizaciones de rescate, generando costos más altos, porque estos puertos están muy lejos de la zona donde auxiliamos a las embarcaciones con migrantes”, se lamenta. “En el 2018, cuando murió el bebé de 5 meses sucedió que no nos brindaron la evacuación en el momento, estaba muy mal, muy débil, teníamos 600 personas de dos rescates que habíamos realizado, con lo cual era difícil atenderlos y estar con todos. Era invierno, estábamos con muy malas condiciones meteorológicas y necesitábamos que estuvieran al reparo” contó el rescatista argentino a Infobae.
“Hace pocos días, en la última misión que hizo otro grupo de Open Arms cerca de la isla italiana Lampedusa, una barca de metal se hundía, se les dio chaleco a todas las personas, el equipo actuó rápido y se salvaron todos, inclusive un bebé de 5 meses y una mujer embarazada. Y cuando el Astral volvió a salir encontró un cuerpo flotando de otro naufragio en el que no hubo un barco para asistirlo. Y no es un tema de falta de recursos, porque los fondos existen, pero no están puestos en función del rescate”, se indigna Mauro. “Creo que hay un contraste que está generando mucho debate y es la comparación de los recursos que se enviaron para rescatar al submarino con cuatro millonarios que querían observar los restos del Titanic y el naufragio del pesquero que llevaba 150 personas a las costas de Grecia. Ahí se puede ver, los recursos cuando se quiere están. La Policía de Frontera Europea cuenta con un presupuesto que tranquilamente podría cubrir una operación de rescate que evite que esta gente se ahoga en el mar”, sentenció.
La misión número 100 de Open Arms tuvo una particularidad, entre la tripulación de 20 personas había siete argentinos, entre ellos el capitán del buque, Ricardo Sandoval, el 1ero y 2do oficial del buque Rodrigo Otero y Esteban Taroni; el jefe de máquinas, Adrián Martino; Tomás Anllo, patrón de embarcaciones de rescate y el socorrista del equipo, Julián Zirlinger. Todos muy distintos y a la vez iguales. Viajaron a Europa no para salvarse a sí mismos, sino para salvar a los demás.
“Es increíble que sea todo con gente de tu país”, reflexiona Rodrigo Otero, un bonaerense de 37 años oriundo de Ituzaingó, que tras estudiar en la Escuela Nacional de Náutica Manuel Belgrano viajó a Bilbao, España para perfeccionar su profesión y dedicarla a los demás. “Tomamos mate, escuchamos la misma música, rock nacional, los Fabulosos Cadillacs, Auténticos Decadentes, Divididos, es increíble”, agrega.
“Los argentinos tienen una relación muy estrecha con la organización y con todo lo que se ha logrado y realizado. Enrique Piñeyro se acercó a Open Arms y compró un barco muy grande, mucho más nuevo para poder realizar las misiones. La verdad es que fue una adquisición muy importante y ha cambiado la infraestructura de la organización”, contó con gran agradecimiento al médico, piloto y director de cine argentino Mauro Di Si.
Cada uno de los tripulantes tiene historias estremecedoras. Rodrigo, por ejemplo, antes de ingresar a la ONG española trabajó en una organización alemana de similares características. “En diciembre encontramos un bote con más de cien migrantes de Bangladesh. Llevaban cinco días en el mar. Tenían hipotermia y quemaduras de sol. Eran chicos de 12 a 25 años”, cuenta. “Venían de la costa de Libia, habían caminado durante un año y medio más o menos. Es un viaje muy loco, pensá que pasaron por Bangladesh, India, Paquistán, Irak, Arabia Saudita, Egipto, Libia, y en Libia cayeron en manos de la esclavitud y el trabajo forzado y luego lograron subirse a una barca, sin ninguna garantía de llegar a Europa”, agregó. “Y ocurrió algo muy curioso, justo el día que los rescatamos, era el día que Argentina ganó la final del Mundial de Qatar, se alegraron un montón y festejaron muchísimo dentro del barco”. “Me da mucha satisfacción trabajar para un mundo mejor”, reflexiona Rodrigo. Y concluye: “cuando uno ve la gente de las barcazas como llegan y pensás que si no estuvieras ahí seguramente se morirían, comparás y te das cuenta que lo que tenemos son problemas menores y una vida de privilegio”.
Fuente: Infobae