Un supuesto eslabón perdido en la evolución del hombre, una falsa vacuna contra el VIH, embriones clonados que nunca existieron… Repasamos algunas de las estafas más sonadas en el mundo de la ciencia.
Por Victoria Gonzalez
La ciencia, como todo, no está exenta de fraudes, plagios y todo tipo de trampas, como así lo atestigua el portal Retraction Watch, que cada año se hace eco de entre 500 y 600 retractaciones de artículos publicados en prestigiosas revistas científicas. Los motivos que llevan a una editorial a retirar una de sus publicaciones son diversos: uso de datos no confirmados o inventados, copias de otros trabajos, mal uso de la estadística…
A lo largo de la historia de la ciencia se han dado casos de fraudes muy sonados como el del hombre de Piltdown, supuesto eslabón perdido de la evolución, pero las trampas científicas están a la orden del día. Las consecuencias de estos engaños van más allá de la anécdota, ya que crean confusión y entorpecen el avance de la misma. Por ejemplo, y volviendo al hombre de Piltdown: durante los más de 40 años que duró el engaño los antropólogos se encontraron en un callejón sin salida y se llegaron a ignorar importantes hallazgos como los fósiles australopitecos del niño de Taung, inconsistentes con la línea de estudio que abrían los supuestos fósiles británicos.
Además, las estafas en el ámbito de la medicina pueden llegar a ser sumamente peligrosas, ya que en muchas ocasiones los resultados de trabajos fraudulentos se han empleado para elaborar protocolos clínicos y tratamientos para numerosas enfermedades. También pueden sentar la base para movimientos o creencias que suponen un peligro para la salud pública: es el caso de los movimientos antivacunas, que se apoyan, entre otros argumentos, en un trabajo falso que relacionaba el autismo con la administración de la vacuna triple vírica.
El fraude científico también supone un malgasto de fondos destinados a la investigación. Muchos grandes engaños tienen que ver con temas tan candentes y golosos como la clonación, la investigación en células madre o la búsqueda de vacunas y tratamientos contra enfermedades como el sida. Sus autores reciben cuantiosas subvenciones para mantener sus líneas de investigación, y de hecho son muchos los grandes estafadores de la ciencia condenados por malversación de fondos.
¿Qué lleva a un científico a falsear sus datos? Además de la búsqueda de prestigio o el beneficio económico, el tema de los fraudes abre el debate sobre la enorme presión que tienen los investigadores de hoy en día para publicar. Tanto para progresar en su carrera científica como para obtener proyectos y fondos que cubran los gastos de sus investigaciones, el mérito que más peso tiene es el que se refiere a la producción científica. Muchas publicaciones y en revistas de alto impacto, ese es el resumen de un currículum de éxito. Ya lo dice un dicho muy repetido entre los científicos: ‘publish or perish’ (publica o perece).
¿Realmente son las publicaciones lo único que muestra la validez de un científico? Sabemos que la ciencia es un proceso muy lento, que en determinadas áreas los experimentos pueden llevar varios años… y que también existen muchos trabajos que tienen un resultado negativo, que no verifican una nueva hipótesis, y ninguna revista publica esos datos a pesar del enrome esfuerzo e inversión que hay detrás. Por ello, y aunque obviamente nada justifica una trampa, es posible que muchos de los cientos de científicos que falsean sus datos lo hagan como un medio desesperado para poder seguir investigando.
Por otro lado, existen casos confirmados de supuestas revistas científicas que no siguen un método riguroso de revisión de sus trabajos pero que exigen una cuota económica para publicar en ellas (algo muy común en las publicaciones científicas). Se enriquecen al atraer a científicos jóvenes con ansias de publicar y cuyos trabajos han sido rechazados en revistas más prestigiosas.
Vamos a repasar algunos de los fraudes científicos más sonados de la historia.
En el año 2004 un artículo publicado en la prestigiosa revista Science daba la vuelta al mundo. En él, el científico surcoreano Hwang Woo-suk anunciaba que había logrado clonar un embrión humano. En otro estudio posterior, el investigador afirmaba haber logrado extraer células madre del mismo, un hallazgo histórico que alimentaba las esperanzas de encontrar nuevos tratamientos para muchas enfermedades como el párkinson o la diabetes.
Poco tiempo después se demostró que el hallazgo era un fraude y Hwang fue condenado a dos años de prisión por fraude y malversación de fondos dedicados a la investigación, aunque finalmente no tuvo que cumplir la sentencia.
El mérito de Hwang que sí que parece ser verídico es la primera clonación de un perro, en el año 2005
El osteólogo japonés Yoshihiro Sato se suicidó en enero de 2017, un año después de que la revista Neurologypublicase un artículo que mostraba evidencias de fraude en 33 de sus trabajos, de los cuales, hasta la fecha, solo han sido retractados 21.
El fraude de Sato es uno de los más recientes y escandalosos, ya que el japonés publicó más de 200 estudios sobre cómo reducir el riesgo en fracturas de hueso. Estudios que después se utilizaron como base para hacer meta-análisis y cuyas conclusiones tienen consecuencias en la práctica clínica.
La prolija actividad científica de Sato fue lo que empezó a levantar sospechas, pues en sus artículos hacía revisiones de cantidades elevadísimas de pacientes recopiladas en muy poco tiempo y en una ciudad muy pequeña. En el año 2012, un equipo de científicos que realizaban un meta-análisis con estudios que analizaban el efecto del calcio en las fracturas de cadera tomaron la decisión de omitir los datos del japonés, ya que eran demasiado buenos como para ser fiables: más bien parecían inventados.
Nos vamos a la Europa de principios del siglo XX. En un continente lleno de tensiones previas al estallido de la I Guerra Mundial, el descubrimiento en Alemania de la una mandíbula perteneciente a lo que después se nombraría como una nueva especie, el Homo heidelbergensis, pone en guardia a los británicos, que tampoco quieren ser menos en la carrera de los descubrimientos antropológicos.
En 1912 los arqueólogos Charles Dawson y Smith Woodward afirmaron haber descubierto el eslabón perdido entre los simios y los seres humanos y mostraron al mundo un conjunto de fósiles supuestamente encontrados en Piltdown, cerca de Londres.
En 1953 se descubrió que todo era un fraude: ni los huesos eran tan antiguos, ni pertenecían a un eslabón perdido en nuestra historia evolutiva. El cráneo era de un hombre de la Edad Media, la mandíbula de un orangután y los dientes de un chimpancé. Sin embargo, la comunidad científica creyó durante más de 40 años en el hombre de Piltdown, y esto obstaculizó mucho el estudio de la verdadera evolución del género Homo.
Dawson y Woodward no fueron los únicos envueltos en la polémica: se piensa que personajes como el mismísimo Arthur Conan Doyle pudieron ayudar a perpetrar el fraude.
Este es otro ejemplo del terrible daño que pueden hacer los fraudes científicos. En 1998 el ex-cirujano Andrew Wakefield publicaba un trabajo que relacionaba la administración de la vacuna triple vírica con la aparición de autismo.
Está más que demostrado que se trataba de una publicación con datos falseados, pero aún hoy este es uno de los principales argumentos esgrimidos por el movimiento antivacunas, que cuenta cada vez con más adeptos y supone un peligro para la sanidad pública.
Otro japonés tiene el dudoso honor de ser uno de los mayores defraudadores de nuestros tiempos. Se trata de Yoshitaka Fujii, un médico investigador en el campo de la anestesiología que se piensa que ha falseado al menos los 183 trabajos científicos. De hecho, todavía hoy se sigue trabajando para hacer ‘limpia’ de su fraude: solo en el 2018 ha habido 21 retractaciones de los artículos de Fujii, 17 de ellos de la revista Clinical Therapeutics.
Nuevamente, los resultados “demasiado buenos” de sus investigaciones hicieron sospechar a otros científicos de la veracidad de sus datos. Fujii era muy ambiguo a la hora de exponer detalles en sus publicaciones sobre las fechas de los estudios y los nombres de las instituciones donde estos se realizaron. Además, incluía como coautores a científicos de otras entidades – muchos de ellos ni siquiera sabían que sus nombres iba en estos documentos-, de esta forma daba la impresión de que los datos se recogían de distintos hospitales y era más difícil rastrear el fraude.
Hasta que fue desbancado por Yoshitaka Fujii, el también anestesiólogo alemán Joachim Boldt ostentaba el récord de ser el autor con más artículos científicos retractados. Boldt es sospechoso de haber falseado los datos de al menos 90 trabajos.
En el año 1999 la revista National Geographic presentaba en portada el Archaeoraptor liaoningensis, un dinosaurio con alas que podría ser el eslabón perdido entre los dinosaurios y las aves.
Poco después, un escáner demostró que los supuestos restos fósiles del dinosaurio pertenecían en realidad a un pequeño carnívoro al que habían añadido partes de un ave. La estafa que consiguió engañar a la National Geographic Society es usada hoy por grupos creacionistas para defender que la evolución es un engaño que se sostiene mediante trampas.
Dong-Pyou Han fue condenado a prisión por malversación de fondos públicos. El investigador de la Universidad Estatal de Iowa se enriqueció tras anunciar el desarrollo de una vacuna que conseguía crear anticuerpos contra elvirus del VIH en conejos. Poco después se demostró que lo que parecía un hito científico no era más que un truco: al parecer Han había mezclado sangre de los conejos con muestras de sangre humana que contenían los anticuerpos.
En España también hay casos de fraudes. Uno de los más recientes y sonados fue el del veterinario Jesús Ángel Lemus, un investigador que levantó sospechas porque, sin tener demasiada experiencia ni grandes méritos académicos, empezó a conseguir resultados brillantes de la noche a la mañana y de forma constante.
En el año 2011 se encargó de los análisis de diversas muestras de cotorras exóticas que viven en libertad en Barcelona y publicó conclusiones alarmantes sobre la presencia de una bacteria que puede afectar a la salud humana. Sin embargo, varios análisis realizados de forma paralela por otros expertos obtuvieron resultados muy diferentes. Tras una investigación, el Comité de Ética del CSIC Comité cuestionó la veracidad de veinticuatro de las publicaciones revisadas.
Otro de los fraudes científicos más clásico consiste en copiar trabajos de otros. Uno de los últimos investigadores acusado de plagiar los datos de un compañero es, según informa Retraction Watch, el estadounidense Gilbert Welch. Parece que el científico incluyó datos plagiados en un artículo publicado en 2016 en el New England Journal of Medicine en el que se alerta de como las mamografías tienden a sobre-diagnosticar tumores y llevan al inicio de tratamientos innecesarios.
Fuente: Muy Interesante