El numero nueve se impone al canadiense con otra actuación categórica (6-4, 7-6 y 6-4, en 2h 43m) y se jugará una plaza en la final del domingo con el talentoso búlgaro, al que domina por 7-1 en los enfrentamientos previos
Rafael Nadal, de nuevo en una versión convincente, se hizo con una plaza en las semifinales del Open de Australia al derribar a Milos Raonic por 6-4, 7-6 y 6-4 (después de 2h 43m). El español tenía ante sí el reto de neutralizar a uno de los sacadores más dañinos del circuito y así lo hizo, con paso firme y un ejercicio soberbio al resto. Aplacó al canadiense con templanza y ahora afronta a un adversario radicalmente opuesto, Grigor Dimitrov (6-3, 6-2 y 6-4 al belga David Goffin). No es el búlgaro un mazo, sino un tenista pulcro y técnico, de revés a una mano. Un reto muy distinto. El de este miércoles consistía sobre todo en resistir a un bombardeo y Nadal cumplió la misió
El guion del partido estaba muy definido, así que nada de sorpresas. Anticipaba Nadal que debía servir bien y meter muchos primeros para evitar los abordajes del gigante, que tenía que ser agresivo y poner lo mejor posible la raqueta para restar, o sea, sacar el escudo, porque la derecha de Raonic escupe unos pelotazos tremendos, a más de 200. Así que el balear se aplicó desde el primer parcial, impecable por su parte. Sirvió de fábula (solo cedió tres puntos con el primer saque), restó mejor e interpretó de maravilla cada punto. Apenas falló, solo dos errores no forzados. Su derecha envolvió la bola en los tiros cruzados y su revés iba cargado de revoluciones, de arriba abajo.
Todo un mensaje para Raonic, al que los tiros combados de Nadal le atropellaron todo el rato, cada vez que se asomaba a la red. Ha reforzado el canadiense su juego. Ya no es monoregistro, pero su fisionomía le condiciona tanto (1.96 y casi 100 kilos) que en términos de movilidad aún le queda mucho trabajo por hacer. Nadal lo sabía bien y lo aprovechó muy bien el mallorquín, abriéndole ángulos y haciéndole corretear de un lado a otro, sin aflojar. Raonic llegaba siempre forzado e incómodo, luego sus devoluciones eran muy imprecisas o bien dejaba descubierta toda la pista para disfrute de Nadal.
Al canadiense, que perderá el tercer puesto del ranking en favor de Stan Wawrinka, le falta además un punto de malicia en el juego. Tiene un punto de ingenuidad porque telegrafía en exceso y abre pasillos con facilidad. La bola le rebasaba por un costado u otro, y si la alcanzaba voleaba mansamente a la red. Le achuchó Nadal, incrementó el voltaje y le rompió el servicio en el sexto juego, para 4-3 a su favor. Con esa rotura tenía ya mucho terreno recorrido en esa primera manga. Después, turbo y solvencia. Y Raonic, con su trote elefantuno, persiguiendo la pelota como si esta fuese una liebre huyendo de él, y en la mayoría de los casos el animalillo ganaba en la carrera.
El gigante, aquejado de un proceso febril, todo sea dicho, empezó a mosquearse consigo mismo. Maldecía en el banquillo, en serbio, y también en la pista, en dirección a su técnico Riccardo Piatti. Y es que Nadal le sometió a un continuo estrés. Los intercambios, nunca más allá de cuatro o cinco golpes, caían siempre del lado del español. Este, por cierto, fue apercibido una vez más con un warningpor la juez de silla, debido a su tardanza a la hora de sacar. Tenía todo el tiempo del mundo Nadal. No le importaba que se alargase la historia, mientras que a Raonic, mucho más justo de fuerzas –“¡No me puedo impulsar más!”, gritó hacia su box–, le interesaba en todo caso abreviar.
Pero no lo consiguió en la segunda manga, en la que apretó al resto y exigió un poquito más, decantada en el tie-break. Previamente Nadal había salvado tres bolas de set, en su línea, mellando la moral del canadiense, y en la muerte súbita sorteó otras tres más. Seis en total, una barbaridad. Demasiado para Raonic, demasiado para cualquiera. Nadal atinó a la primera que tuvo (8-7) y a partir de ahí navegó a placer. Tiene la habilidad el balear de guiar los partidos hacia el territorio emocional que a él tanto le gusta, de sacar de sus casillas al que se pone enfrente. Los reduce con su velocidad de crucero y conduciéndolos hacia la frustración. Sienten todos ellos el aliento en la nuca. Les enseña el caramelo y se lo quita. No baja el pistón ni permite descanso, ni siquiera un juego de cortesía. Nada. Nadal.
Puso rumbo el mallorquín a las semifinales, viento en popa. … .Y ahora, Grigor Dimitrov, un príncipe desvalido. Revés a una mano y un catálogo exquisito de golpes; rehabilitado el búlgaro por el preparador catalán Daniel Vallverdú. 7-1 en el global. El último choque entre ambos fue en Pekín, el pasado mes de octubre. Ese día Nadal se perdió solo y cedió contra el 15 del mundo, que hasta entonces no le había vencido nunca. Eran otros tiempos, otro Nadal. Han cambiado mucho las cosas y ahora el de Manacor vuela alto en Melbourne.
Fuente: El Pais/ enhorabuena