Disponer de una semana en Nueva York es un desafío. ¿Qué hacer en siete días en un lugar donde no alcanzaría un mes? Pero acepto el reto y, enfundado con mi inseparable mochila, diseño una agenda y me lanzo a la calle.
Día 1: De museo en museo
La ciudad tiene un sistema de subway con el que prácticamente uno puede llegar donde quiere. Tomo la “Green Line” que corre por debajo de la avenida Lexington y bajo en la estación de la calle 77. Decidí dedicar el día a los museos y al Central Park. Ni bien aparezco en la superficie y camino un par de cuadras reconozco la familiar silueta del Metropolitan Museum of Art. La entrada al museo cuesta 25 dólares por persona, pero si alguien explicara que no puede pagarlos, podría entrar dejando una “contribución voluntaria”.
Quedo maravillado por lo que el museo llama “The Great Hall”. Se trata de la majestuosa entrada principal. La exhibición estrella del mes es una muestra de pintura china. Se trata de un álbum de maestros de los siglos XVI y XVII. Es una especie de escenario en el que se muestra el conocimiento histórico de la pintura china y en el que cada hoja refleja un estilo diferente según el maestro y su inspiración. Voy hacia el Belvedere Castle, ubicado frente al lago del mismo nombre y del Great Lawn. El lugar está plagado de gente haciendo picnics o simplemente aprovechando la hora del mediodía en las oficinas para comer algo al aire libre.
Luego cruzo el parque por su zona central hacia el Oeste para dar una vuelta por el Museo de Historia Natural. Quedo maravillado por la exposición de dinosaurios, animales disecados y mariposas que aparecen en el cuarto piso. Al salir, decido caminar hacia el sur unas cuadras para curiosear la entrada del Dakota Building, donde vivió y murió John Lennon. La tarde va cayendo y la temperatura también. Ahora me encuentro en Voce, un lindo restaurant italiano y muy accesible desde los precios en donde pido unos raviolini, con salsa parmigiana, champignones y aceto balsámico por 25 dólares.
Día 2: Contemplar la Roosevelt Island
Al segundo día me levanto temprano con la agenda ya decidida. Hace unos años se ha puesto de moda en la ciudad el “Meatpacking District”, una antigua zona industrial de NYC reconvertida ahora en un barrio residencial y, fundamentalmente, comercial. Para llegar hago combinación con la “Blue Line” del subte y me bajo en la 8va Avenida (aunque también uno se encuentra en zona si baja hasta la calle 14).
Como algo rápido en los alrededores de la Penn Station y me voy rumbo a una aventura tal vez poco conocida de la Big Apple: el teleférico a Roosevelt Island. Desde 1976 la isla está unida a Manhattan por este transporte colgado desde el puente de Queensboro que une, justamente Queens con Manhattan. El acceso es por la esquina de la 2da Avenida y la calle 60.
Tengo unas vistas magníficas del East River, en especial del edificio Chrysler, la ONU, Queens y Uptown Manhattan. El trayecto dura unos siete u ocho minutos y el funicular circula aproximadamente cada 15.
Una vez en Roosevelt Island camino un poco por la ribera del East River y decido cenar temprano, al mejor estilo americano, en una especie de fonda justo enfrente del edificio de las Naciones Unidas (del otro lado del río, obvio).
Día 3: Emoción y memoria
Mi tercer día en Nueva York promete ser agitado. Salgo temprano hacia Battery Park para tomar el Ferry a Staten Island porque me pasaron el dato de que es una alternativa buenísima para tener una excelente vista de la Estatua de la Libertad. Ya en el ferry me ubico en el lado derecho porque es desde allí donde me dijeron que se accede a las mejores fotos del viaje. Los consejos no estuvieron errados.
De regreso en Manhattan, veo el famoso “Charging Bull” –el toro de Wall Street- la enorme estructura de bronce de 3.200 kilos creada por Arturo Di Modica. Camino unas cuadras y el cuello no me da para levantar la vista y ver el final de la “Freedom Tower” emplazada en el nuevo World Trade Center frente al Memorial del 9/11. Es un lugar que emociona. Las dos fuentes de aguas permanentes que replican las bases exactas de las destruidas Torres Gemelas, con los más de tres mil nombres de las víctimas grabados en la piedra.
“El Memorial frente al World Trade Center es un lugar que causa mucha emoción”
Me tomo la Red Line en Wall Street hacia Brooklyn. Ni bien cruzo el City Hall veo varios lugares para alquilar bicicletas para cruzar el puente. Como no quiero estar urgido por el tiempo, alquilo una para todo el día por 15 dólares y dejo una garantía del mismo monto para llevarme un seguro y poder dejar la bici mientras camino. Finalmente, dispongo del tiempo para regresar a Manhattan y dar una vuelta por el South Sea Port y el Pier 17 desde donde tengo vistas de la Estatua de la Libertad, del puente de Brooklyn y de su horizonte.
Día 4: Edificaciones históricas
Quiero dar una recorrida a pie por lo que aquí se conoce como “Midtown Manhattan”. Se trata quizás de una de las zonas más emblemáticas de la ciudad. En 5ta y 59 está el emblemático Hotel Plaza y en la 53 el Museum of Modern Art, el famosísimo MoMA, cuya colección de pintura contemporánea incluye obras de Picasso, Monet, Van Gogh, junto a pintores americanos contemporáneos y una planta dedicada al diseño en el siglo XX.
Llego hasta la calle 50 y me encuentro con St. Patrick Cathedral, una de las iglesias católicas más emblemáticas del mundo.
Llego a una de mis paradas del día: el Empire State Building, en la 5ta y 35. Abierto en 1931, fue el edificio más alto del mundo durante décadas y sus anécdotas se cuentan por miles. Su tamaño no deja de impresionar. Es una edificación imponente.
Día 5: la magia de Times Square
Desde temprano, camino hacia el Madison Square Garden, el templo del box, del básquet y de recitales históricos.
Curioseo un rato el famoso negocio de cámaras fotográficas B&H, una tienda de judíos ortodoxos transformada en emblema para fotógrafos, camarógrafos y periodistas por los buenos precios y los buenos productos.
Cuando salgo, me doy una vuelta por la calle de los diamantes que tiene escaparates repletos de piedras preciosas. Por Broadway subo hasta la 42 para encontrarme en la célebre Times Square. ¡Qué festival de luz, colorido, ruido y libertad, por Dios! La verdad que uno no sabe qué mirar primero y hacia qué cartel led levantar la vista. La impresionante cantidad de negocios de electrónica que se juntan en una cuadra, sencillamente no se puede creer. Es por eso que decido dedicarle el tiempo que sea necesario a este lugar inigualable en otra parte del mundo.
Día 6: El significado del “Soho”
Esta ciudad es imbatible, pero creo que estoy haciendo un buen trabajo. No dejo de imaginarme poder hacer todo esto con más tiempo. Hoy es el día de otro tipo de encanto: sin rascacielos ni tanta urbe. Me voy al Downtown, pero no “downtown” como sinónimo de “centro” sino como traducción de “abajo”: el Soho, la “Villa” y Tribeca no están en el límite sur de la isla pero sí se encuentran en esa dirección desde donde arranco el recorrido.
Es el distrito del arte y la bohemia, aunque la gastronomía y lo comercial no se quedan atrás. Ni bien entro al Soho por Broadway las vidrieras ya me lo dicen: Victoria Secret, Under Atmour, Verizon, Prada. Doblo en Prince y en la esquina de Greene entro al Apple Store. Enfrente, otra adicción: Polo Ralph Lauren.
La tarde va cayendo y me encamino hacia el parque del City Hall. Es un gran parque que rodea al edificio de la “municipalidad” por el frente y de los tribunales locales (Tweed Courthouse) por detrás. Cruzo de nuevo Broadway y sobre Murray St, encuentro Manhattan Proper, un lindo bar, típico americano, con televisores HD en donde todos los deportes están al día. Me tomo una cerveza Samuel Adams con unos chicken tacos que están buenísimos. El lugar es muy bullicioso y la gente enseguida te da conversación. Cualquiera te habla de Messi como si fuera una estrella del futbol americano, del básquet o del baseball.
Cuando salgo me tomo la Red Line en Chambers St y me vuelvo al hotel. No llevé la cuenta de lo que caminé, pero es lo único que hice desde las 9 de la mañana.
Día 7: la Gran Manzana
Me propuse para hoy una agenda ambiciosa y complicada. Voy a ir a la mañana a los Woodbury Premium Outlets en Nueva Jersey y quiero intentar después del almuerzo volver e ir a la playa en Coney Island, en Brooklyn. Después de tantos días de pura urbe, necesito oler el mar. El día despuntó maravilloso y está cálido para la época, el sol brilla así que me entusiasmo.
A las siete y cuarto ya estoy en la Port Authority para tomar el primer bus al shopping. Tardo un poquito más de una hora en llegar. El lugar es físicamente un hallazgo. Se trata de un shopping a cielo abierto y los negocios están dispuestos de tal modo que en muchos escaparates recuerdan a los parques de Disney, especialmente la Main Street o la Liberty Square del Magic Kingdom. La verdad que los precios son muy convenientes y están todas las grandes marcas.
El regreso es algo más rápido que la ida. Quizás la hora ayuda, sin el rush de la primera mañana de la ciudad. En una hora estoy en Manhattan. Me tomo el subte a Brooklyn y entre una cosa y otra estoy en Coney Island. Se trata de un vecindario residencial en una península con frente de playa sobre el Atlántico donde es bastante difícil encontrar turistas. Pero el sol y el ambiente del mar me encantan así que estoy decidido a disfrutar de la tarde.
Es como retroceder en el tiempo. Saco una toalla de mi mochila y la tiro sobre la arena. Uso la mochila de almohada y me duermo al sol. El lugar es seguro y familiar. En ningún momento tengo sensación de inseguridad por quedarme con los ojos cerrados con todas mis compras de Woodbury al lado mío. Uno respira los Estados Unidos desde aquí. No hay refinamiento, sino el disfrute natural de familias con chicos, de parejas y de gente común en un día al aire libre.
Cuando el sol se aliviana, siento la señal de la despedida. El bullicio de los chicos y de los grandes y el aletear de las gaviotas todavía se escucha a lo lejos. Pero yo sé que debo guardar mi toalla y volver a Manhattan. Me tomo el subte de regreso al hotel. Tengo que hacer mi equipaje y antes recapitular este largo día de fin de fiesta en Nueva York. El check out es a las once de la mañana y me espera otro día de espera en el aeropuerto hasta mi vuelo de regreso.