Este árbol es autóctono de Argentina. Se encuentra en las costas del Río de la Plata y el Paraná. Florece de noviembre a febrero y en esos momentos tiñe grandes sectores de Buenos Aires de rojo. Este martes se festeja su día
El nombre genérico del ceibo eses Erythrina crista-galli. “Erythros” significa rojo en griego, en referencia al color de la flor, mientras que “crista-galli” señala la similitud con la cresta del gallo. Su flor tiene pétalos llamados alas, son muy pequeños y están prácticamente escondidos dentro del cáliz. Los otros dos pétalos se sueldan a veces parcialmente y forman la quilla o carena, sirviendo de protección a los órganos de reproducción. Desde noviembre tiñe de rojo varios sectores de la Ciudad de Buenos Aires.
El árbol del ceibo es autóctono de América latina. Florece de noviembre a febrero. Por lo general, crece en las orillas del Paraná y del Río de la Plata. Puede alcanzar los 20 metros de altura, tronco robusto, de corteza persistente y asurcada y follaje caduco.
Las características del Ceibo
Este martes 22 de noviembre se celebra el Día de la Flor Nacional: el ceibo, que en Argentina fue declarada en 1942 luego de un largo proceso que incluyó encuestas en los medios y otros intentos fallidos.
El ceibo es una especie longeva, de crecimiento moderado, muy sensible al frío y que no tolera la sequía. Su fruto es una legumbre parda y seca y sus semillas de color marrón son transportadas por el agua germinando en la ribera y los bancos de arena, donde ayudan a estabilizar la tierra y a formar islas nuevas en el delta del Paraná.
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Su madera, blanca amarillenta y muy blanda, se utiliza para fabricar diversos artículos, entre ellos el bombo “legüero”. También es apta para la producción de pulpa de celulosa.
Por su porte y floración, el ceibo es una especie ornamental apta para paseos, parques y plazas. En la ciudad, se destacan ejemplares a orillas del lago de El Rosedal en el Parque Tres de Febrero, en la orilla del río en la Reserva Costanera Sur y otros tantos repartidos en diversos espacios verdes de la ciudad, donde destacan algunos ejemplares históricos.
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Actualmente, se contabilizan 1.936 ceibos en la ciudad, 69 de la variedad denominada falcata junto a escasos individuos de las variedades americana y poepiggiana. Del total, 630 se ubican en veredas, concentrados mayoritariamente en la Comuna 8 (con 141 ejemplares), la 9 (con 59) y, en menores proporciones, en las comunas 10, 11, 12 y 4. La especie está catalogada como planta de uso medicinal por sus particularidades como antitusígena, anticaspa y cicatrizante. Además, sus grandes flores de color rojo se utilizan para teñir telas, y son melíferas, por lo que atraen a aves e insectos. También, se utilizan sus flores para teñir telas.
“Es una especie característica de la formación denominada bosques en galería, crece en la ribera de los ríos, arroyos, lagunas y humedales, y forma comunidades denominadas ceibales. Es originaria de América del Sur y se distribuye especialmente en el litoral de Argentina, el este de Bolivia, el sur de Brasil y gran parte de Uruguay y Paraguay”, explica Marcela Palermo Arce, catedrática especializada en Arbolado Urbano de la Ciudad.
En la Ciudad hay un ceibo histórico, plantado en 1878 durante la reinauguración de la actual Plaza Lavalle, frente a Tribunales (entonces Plaza del Parque por Don Torcuato de Alvear), cuando el prócer era miembro de la Comisión de Fomento.
Este añoso ejemplar ha sido testigo de las transformaciones del paisaje y padecido prácticas anticuadas hoy consideradas inapropiadas por la arboricultura, que han producido una pérdida progresiva de la madera del interior del fuste.
Hasta el momento, se desconocen los motivos de su inclinación, que se observa ya en fotografías de mediados del siglo XX. Florece y fructifica todos las primaveras y veranos. El actual sistema de apuntalamiento fue diseñado para ofrecer soporte mecánico al árbol. El Ceibo de Alvear, de la especie erythrina falcata, se encuentra protegido por la Ordenanza 20745.
La leyenda de la india Anahí
Cuenta la tradición oral que en las riberas del Paraná vivía una joven llamada Anahí, que en las tardes veraniegas deleitaba a su tribu guaraní con canciones inspiradas en dioses y en el amor a la tierra, hasta que llegaron los invasores y esos seres de piel blanca les arrebataron las tierras, los ídolos y su libertad.
Anahí fue apresada cautiva junto a otros indígenas. Pasó días de sufrimiento y noches en vigilia, hasta que un día en que el sueño venció a su centinela, logró escapar, pero, al hacerlo, el centinela despertó y ella, para lograr su objetivo, hundió un puñal en el pecho de su guardián y huyó a la selva.
El grito del carcelero despertó a los otros españoles, que salieron a perseguirla. Al rato, la joven fue alcanzada por los conquistadores. Estos, en venganza por la muerte del guardián, le impusieron como castigo morir en la hoguera. La ataron a un árbol e iniciaron el fuego, que pareció no querer alargar sus llamas hacia ella. La doncella, sin murmurar palabra, sufría en silencio con su cabeza inclinada hacia un costado. Al crecer el fuego, Anahí se fue convirtiendo en árbol.
Al amanecer, los soldados se encontraron ante el espectáculo de un hermoso árbol de verdes hojas relucientes y flores rojas aterciopeladas en todo su esplendor, como símbolo de valentía y fortaleza ante el sufrimiento.
La leyenda de la india Anahí
Cuenta la tradición oral que en las riberas del Paraná vivía una joven llamada Anahí, que en las tardes veraniegas deleitaba a su tribu guaraní con canciones inspiradas en dioses y en el amor a la tierra, hasta que llegaron los invasores y esos seres de piel blanca les arrebataron las tierras, los ídolos y su libertad.
Anahí fue apresada cautiva junto a otros indígenas. Pasó días de sufrimiento y noches en vigilia, hasta que un día en que el sueño venció a su centinela, logró escapar, pero, al hacerlo, el centinela despertó y ella, para lograr su objetivo, hundió un puñal en el pecho de su guardián y huyó a la selva.
El grito del carcelero despertó a los otros españoles, que salieron a perseguirla. Al rato, la joven fue alcanzada por los conquistadores. Estos, en venganza por la muerte del guardián, le impusieron como castigo morir en la hoguera. La ataron a un árbol e iniciaron el fuego, que pareció no querer alargar sus llamas hacia ella. La doncella, sin murmurar palabra, sufría en silencio con su cabeza inclinada hacia un costado. Al crecer el fuego, Anahí se fue convirtiendo en árbol.
Al amanecer, los soldados se encontraron ante el espectáculo de un hermoso árbol de verdes hojas relucientes y flores rojas aterciopeladas en todo su esplendor, como símbolo de valentía y fortaleza ante el sufrimiento.
FUENTE:Infobae