Los padres del nadador hipoacúsico le habían armado un andarivel con chapas y ramas para que pudiera entrenarse para las Sordolimpiadas. Un fabricante de piscinas leyó la nota de Infobae y, conmovido, le donó una para que la use con sus compañeros de equipo
Domingo al atardecer. Desde un departamento en la ciudad una mujer llama a otra mujer en una casa en el campo del conurbano sur, que atiende un número desconocido. De un lado Justina, en Capital, del otro lado Marta, en Florencio Varela. Domingo al atardecer y Sebastián, el hijo de Marta, ya nadó como cada día en la pileta que sus padres le construyeron en tres días, con chapas y plásticos para que pese a la pandamia él pudiera seguir con el entrenamiento para las Sordolimpiadas de Brasil 2021. Y mientras su mamá sostiene el celular él se ducha, no tiene idea lo que pasa unos metros más allá del agua.
El agua le cae como una bendición a este chico de 18 años que nació con hipoacusia. La natación fue una terapia para su desarrollo cognitivo desde los 12 años, cuando una médica lo mandó a tirarse a la pileta. Y potenció también su talento para la competencia. Se convirtió en un nadador rápido y con una dedicación total. Ya ha dicho él días atrás a Infobae que en el agua se siente completo. No necesita escuchar a nadie cuando nada. Solo a él. Y mirar la pizarra y bajar los tiempos. Marta vio que al dejar de entrenar la calidad de vida de su hijo, que creció con retraso madurativo y autismo, se afectaba y con Edmundo le armaron una pileta con lo que tenían a mano. Y la vida de Sebastián volvió al andarivel.
Justina, en su casa también tiene un Sebastián al lado. Un rato antes la pareja había leído la historia de la familia Galleguillo. Y ahora este Sebastián llora mientras su novia le habla a Marta. “Hola Marta, estuve todo el día intentando contactarte. Mirá, mi novio tiene una fábrica de piletas y queremos regalarle una para que Seba pueda entrenar con sus compañeros pero te hablo yo porque él está llorando”.
Marta se ríe y le grita a Edmundo y el papá de Seba agarra el teléfono y escucha lo mismo y entonces Justina les propone darle credibilidad al asunto con una videollamada. Mientras conectan Edmundo saca de la ducha a Sebastián, le pone un buzo y el joven se sienta en la mesa con la toalla envuelta en la cintura, sin comprender muy bien lo que pasa. Edmundo le había dicho “salí de la ducha, Seba, que te quieren regalar un pileta”, pero de tan loco le pareció que había escuchado mal.
En la videollamada hablan las mujeres y Sebastián el nadador. Edmundo no puede porque llora Y el otro Sebastián tampoco. También llora.
“Yo digo que es un ángel”, dice Edmundo emocionado sobre Sebastián Oviedo, dueño de una empresa que fabrica, vende e instala piletas de fibra de vidrio en General Rodríguez, conurbano profundo del oeste. Lo dice ocho días después de aquel llamado, ahora que junto a los Galleguilllo, los Oviedo son protagonistas de una escena de película: un camión enorme trae por una calle de tierra de un barrio pobre una pileta de 12 metros de largo por 3,40 de ancho y 1,60 de profundidad.
“Es más blanca que las zapatillas blancas que nunca tuve”, dice Sebastián, abrazado a su mamá y a su papá mientras ayudan a bajar esa inmensa palangana para la que el joven nadador ya tiene un plan: invitar a todos sus compañeros de equipo a que cuando la pandemia lo permita entrenen con él cuando lo necesiten. Parece una película.
La historia de amor y voluntad de los Galleguillo, que es también la historia de un chico que -por raro que pueda parecer- tiene la oportunidad en su ciudad de contar con polideportivo municipal que funciona como un espacio de formación y contención pública trascendió en los corazones de mucha gente.
Esa emoción provocó, el mismo domingo tras contarse su historia en Infobae, un aluvión de llamados a la casa de Florencio Varela como el de Justina: un profesor de inglés donó litros y litros de cloro, una nutricionista dejó sus datos dispuesta a ayudar, una dependencia del gobierno bonaerense les avisó quiere organizar charlas por Zoom para que Sebastián cuente su historia con el fin de motivar a sus pares, un surfer le mandó un traje de neopreno y además los Oviedo, que le trajeron la pileta.
Marta y Edmundo y Sebastián, ninguno puede creerlo del todo. Es la mañana del lunes y unos hombres jóvenes están cavando un pozo inmenso al lado de la pileta que ellos le armaron ochenta y pico de días atrás a su hijo. “Sinceramente es algo que no me lo esperaba. Es impresionante. ¡¡Fah, es enorme!!”, exclamó Seba cuando bajan la pileta.
Y 20 minutos después tocarla, mirarla, meterse, caminar descalzo por la pileta vacía, reflexiona con una sonrisa que lo hace parecido al Kun Agüero: “Cuando la bajamos teníamos una emoción, una energía. Es como un resplandor. Me llenó de luz y energía. Me dio más ganas de seguir haciendo lo que hago. Como me ayudó, espero por que lo puedan usar mis compañeros”.
Sebastián nació un mes antes de lo previsto y completó los nueve del ciclo natural conectado a un respirador. Pesaba un kilo y le hacían transfusiones de sangre. Creció como un niño solitario, en silencio, sin escuchar ni hablar y la natación lo colocó en otro lugar. Le gustó la sensación de no ahogarse y el instinto de mantenerse a flote se transformó en energía para nadar de una punta a la otra sin parar.
“La historia de Sebastián me llegó al corazón, me partió el corazón. La verdad que al ver la nota me llegó demasiado, por eso no lo dudé. Me largué a llorar y dije ‘a este pibe hay que ayudarlo’”, comenta, claro, entre lágrimas, el hombre, dueño de la empresa Placer urbano, y agrega: “Y es una pileta que no solo va a poder disfrutar él, sino que con la humildad que tiene decidió traer a sus compañeros”.
“Me lo dieron a mí, yo lo aprecio muchísimo, pero trato de ayudar a los otros como me ayudaron a mí porque muchos la están pasando peor que yo”, aclara Sebastián, el nadador. “Y yo trato de ayudarlos, aunque no tenga nada. Con ver a un compañero feliz en el agua le voy a mandar un video a Sebastián cada dos minutos para decirle ‘gracias, me hiciste feliz a mí y a él’. Para mí la natación es la vida, me salvó la vida, sé lo que se siente. Esto va a hacer una salvación para todos”, promete.
Hace cuatro meses Sebastián le pedía a Marta que lo deje ir a nadar a unos pozos con agua estancada cerca de su barrio. Eso detonó la idea de la mamá y el papá de hacerle la pileta. “De la tierra oscura a la pileta blanca”, ríe Seba.
Oviedo no puede con su emoción. Dice de los Galleguillo: “Podrían haberse agarrado de un montón de cosas, pedido un montón de cosas y jamás pasó eso. Y yo me di cuenta desde el primer momento cuando les preguntamos si necesitaba algo más y ellos solamente me pidieron tres cosas: un par de Crocs, pares de medias y una rueda. Podrían haber pedido el oro y el moro y no lo hicieron, solo un par de zapatillas, medias y una rueda que necesitaban para moverse”.
El joven nadador amplía su idea: “Todos tenemos necesidades. El ser humano nunca está completo. He dejado mis necesidades de lado para hacer lo que quería. Yo quería llegar a donde estoy en el deporte, dejé todo en el deporte y así me lo está pagando. Nunca lo esperé, si lo hubiera planeado nunca me hubiera salido, lo hago porque me gusta y me apasiona. Y también siendo buena persona con los demás porque la mayoría de la gente no lo ha hecho conmigo, me he sentido mal. Pero dije que iba a cortar eso y hacer todo lo que no hicieron por mí”.
Eso que pronuncia Seba es hereditario. Sus padres también buscan cortar con un pasado pleno de carencias. Marta nació en el barrio de los inmigrantes, una urbanización precaria que construyó Perón al costado del puerto de Buenos Aires y que derivó en lo que luego sería la Villa 31. A mucha de esa gente el gobierno militar de 1976 se los llevó “en camiones de basura”, recuerda Marta, a Wilde, a lo que se formó como el barrio Fátima. Marta y Edmundo tuvieron padres ausentes y violentos. Y con Sebastián buscan terminar con eso dándolo vuelta.
“Nosotros cortamos la cadena”, remarca Marta, firme y amorosa. “Nunca pensamos en nada de esto porque no hicimos nada pensando en tener algo. Nunca se nos ocurrió. De mi parte transmitimos amor por un hijo, que eso es impresionante. Cortamos cadenas de nuestras infancias. A nosotros no nos acompañaron de chicos y con Seba vamos a ir a todos lados donde se pueda”, agrega Edmundo. “No me vas a hacer llorar”, ríe su hijo. El otro Sebastián moquea a un costado, en silencio, conmovido.
Fuente: Infobae
Foto: Franco Fafasuli