La afirmación de que el éxito de todas las organizaciones depende del comportamiento de cada uno de sus individuos podrá sonar a un lugar común en cualquier libro de autoayuda o de liderazgo empresarial de la última década. Sin embargo, esa teoría era prácticamente desconocida hace 30 años atrás, cuando el foco de atención estaba puesto exclusivamente en la gestión y el funcionamiento de un grupo como un todo.
El paradigma cambió en 1989 con un libro de autoayuda de un docente mormón con especialización en administración de empresas que luego se convertiría en poco menos que una biblia para el liderazgo en política y organizaciones durante el siglo XXI.
El libro se llamó “Los siete hábitos de la gente altamente efectiva”, el autor Stephen Covey y el éxito superó cualquier tipo de expectativa: se vendieron más de 25 millones de copias y la publicación fue traducida a 42 idiomas diferentes.
La Editorial Planeta acaba de publicar una versión actualizada del libro, que aún tiene una alta demanda por parte de los consumidores en Argentina.
Mirar hacia adentro
La raíz del éxito del libro se explica en la simpleza y la claridad con la que Covey apuntó al lector. El “gurú” empresarial propuso un método certero: encontrar una cotidianeidad en siete hábitos de la vida y aprender a aplicarlos en el ámbito empresarial.
“No importa cuántas personas se estén dirigiendo en una empresa. Sólo hay una a la que podemos cambiar y esa es uno mismo. La mejor inversión posible es desarrollar ciertos hábitos que nos convierten en mejores personas, más seguras en sí mismas y, por ende, en mejores líderes”, dijo el autor.
El punto de partida fue, como era de esperar, la necesidad de los empresarios por mejorar de manera constante el comportamiento de sus empleados y el rendimiento de sus compañías.
El objetivo de Covey fue simplemente alimentar y fortalecer el desarrollo personal de aquellos líderes de organizaciones. Para eso, basó el plan de los siete hábitos dentro de un paradigma: la transición de la dependencia a la independencia y luego el pasaje de ésta última a la interdependencia: “La idea esencial es ver al mundo no como es, sino cómo somos”.
Definitivamente, uno de los puntos cumbres detrás del éxito del libro es que Covey apela a la autocrítica de aquellos líderes que, hasta el momento de la publicación, no podían dejar de verse a sí mismos con una omnipotencia absoluta.
El hecho de transformar la revisión interna y de los propios actos y convertir esta práctica en un acto cotidiano de la vida produjo una capacidad de convivencia con los errores y defectos. Así, la parábola del liderazgo tuvo un margen de crecimiento enorme.
El día después…
El éxito de “Los siete hábitos…” llegó a esferas inimaginadas por el propio Covey. Desde los más prestigiosos diarios y publicaciónes especializadas hasta la primera plana de la escena política mundial tuvo su aceptación al libro.
The Economist calificó el contenido del libro como “un tipo de gestión de calidad total para el carácter”. Mientras tanto, durante la década del ’90 el boom llegó hasta la Casa Blanca: el propioBill Clinton lo invitó a su despacho para aprender a incorporar los hábitos del libro a su gestión. Luego, el propio ex presidente de Estados Unidos recomendó el libro como un material de cabecera para la productividad norteamericana.
El libro dio lugar además a una ola de publicaciones que intentaron sostenerse de su estela: desde las publicaciones del propio Covey de “Los siete hábitos de las familias altamente efectivas” y “El octavo hábito”, hasta las 13 publicaciones de su hijo Sean, quien cubrió todas las alternativas posibles.
Un nacido para enseñar
Covey obtuvo una maestría en Administración de Empresas en la Universidad de Harvard. Sin embargo, en lugar de crear su imperio a base de una mega-compañía, decidió hacerlo con la enseñanza, libros y congresos.
Su capacidad por dar fue gestionada también en su propia casa de Utah, donde fiel a su religión mormona, crío a nueve hijos y hasta la fecha de su muerte, en 2012, contaba con 52 nietos.
Una de sus prácticas habituales, producto del ejercicio de los hábitos, era imaginarse el día de funeral: tanto las caras de sus seres queridos como los regalos y flores recibidos cerca de su féretro. Si conseguía captar una buena imagen del momento, sentía que estaba bien encaminado.
Tom Peters, otro de los gurús empresariales mundiales, lo retrató: “Covey decía que una de las mayores debilidades de Nelson Mandela era que esperaba lo mejor de cada persona que conocía, incluidos sus enemigos más acérrimos. Sin trazar un paralelismo, puedo decir que Covey esperaba lo mejor de todos nosotros y nos brindó las herramientas como para poder alcanzarlo”.
Con una consagración indudable, Covey falleció en 2012 a los 79 años, a raíz de las lesiones sufridas en un accidente con su bicicleta en su ciudad de residencia.
“Lo más importante es que lo más importante sea lo más importante”, fue una de sus frases célebres. Y dio siete pasos para poder apreciarlo.
Los siete hábitos
Los siete pasos se solapan entre tres características clave del comportamiento humano: el conocimiento, las habilidades y el deseo o actitud.
- Ser proactivo: Hay que hacerse responsable de lo que uno hace en la vida. Hay que ejercitar la habilidad de seleccionar la respuesta ante cualquier estímulo. Es el hábito de la conciencia y la conducta de la responsabilidad. Hay que cambiar el “tengo que…”, por el “yo decido…”.
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Empezar con un fin en mente: Se trata de programar el futuro y mirar el cuadro con un plano amplio. Hay que poner el final de la vida como marco de referencia y después construir para poder llegar a ese objetivo. Se deben contemplar las dos construcciones de todas las cosas en la vida: la mental, cuando a uno se le ocurre una idea; y la material, cuando la lleva a cabo.
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Establecer primero lo primero: la clave es poder discernir la distancia entre lo urgente y lo verdaderamente importante. Lo urgente no tiene nada que ver con las metas y lo importante es lo que está íntimamente relacionado con la misión, aquella del segundo hábito.
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Ganar-Ganar: Tratar de generar una situación en la que todas las partes de la negociación obtengan un beneficio es la mejor manera de conseguir resultados. La concepción del beneficio mutuo, el sentido común y la equidad pueden llevar al punto cúlmine de la interdependencia.
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Primero comprender y luego ser comprendido: Se apela a una comunicación efectiva y consiste en desarrollar los elementos de la inteligencia emocional. Para poder ser un buen líder, hay que escuchar primero los problemas del otro. Así, se pueden generar relaciones interdependientes más efectivas.
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La sinergia: Ante una disputa entre dos o más personas, unirse en busca de una solución aún mejor a las propuestas por cada una. El todo es mucho más que la suma de las partes. No sirve de nada la obcecación. Hay que escuchar y ser creativo.
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Afilar la sierra: aprender a ejercer un estímulo de las cuatro dimensiones de la naturaleza de un individuo. Lo físico, lo mental, lo espiritual y lo socioemocional. Así se apela a la búsqueda de una mejora continua y la auto-renovación constante.
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