Majo Staffolani es misionera, nacida en El Dorado, y en medio de una humilde infancia empezó a soñar en grande. A los 19 años le dieron un diagnóstico médico demoledor, pero lo superó de forma milagrosa. Hoy tiene 33 y es reconocida como directora y guionista de cine y televisión, mientras se prepara para dar a conocer otra de sus facetas artísticas
Por Cindy Damestoy para Infobae
“Cuando te pasan cosas bastante improbables, e increíbles, tenés dos opciones: o te alejás de tus raíces, o te acercás más que nunca, y yo elijo abrazarme bien fuerte al lugar de dónde vengo”, expresa Majo Staffolani, nacida en Eldorado, provincia de Misiones. Su recorrido como guionista y directora de cine tiene muchos giros que bien podrían formar parte de una atrapante película, y algunos de esos momentos inspiraron sus creaciones. Tiene tres largometrajes en su haber -Colmena, Ramón y La Idea de Dios-, múltiples premios en festivales de reconocimiento internacional, y el ejercicio interrumpido de su profesión hace 14 años. En el camino hubo vivencias que pusieron a prueba su perseverancia: antes de cumplir los 20 le diagnosticaron una enfermedad autoinmune y le dijeron que le quedaban pocos meses de vida, pero se curó de manera milagrosa, y se reinventó para hacer posible sus sueños. Gracias a su emprendimiento de chipas como vendedora ambulante en el subte pudo juntar el dinero para viajar a Europa y presentar cada uno de sus films, además de redescubrir su pasión como conductora en un ciclo de entrevistas que está próximo a estrenarse.
“Soy una conversadora serial”, confiesa con humor en los primeros minutos de la charla con Infobae, a la que se brinda con mate de calabaza de por medio y la promesa de que el relato será desde el corazón. Y lo cumple. Así como cada uno de los tatuajes que lleva sellados en la piel, cada paso que dio en su carrera está lleno de significado. “Siempre sentí una curiosidad inmensa por la comunicación, también por escuchar y preguntar, pero de chica no sabía qué iba a hacer, y por mi coyuntura cultural y económica había cuestiones a las que no tenía acceso, al punto que ni siquiera me las podía imaginar”, asegura.
No hay un contexto ni una ocasión en la que no se proclame eldoraense a puro orgullo, y para ella es mucho más que un gentilicio, porque pasó toda su niñez en esas calles de tierra colorada. Creció en una casa muy humilde junto a su madre, que durante un tiempo fue chipera, y la venta ambulante fue su medio de sustento. En ese entonces Majo no imaginaba que alguna vez seguiría sus pasos, que esa receta iba a ser clave en su porvenir, y que saldría a vender chipas para solventar su carrera artística. Faltaba un largo tramo, pero eran los inicios de la cineasta que iba a traspasar barreras en los cinco continentes.
Alma de productora
“En mi pueblo no había cine, ni lo hay hasta el día de hoy, tampoco había televisión en mi casa, por lo que era imposible para mí entender que detrás de cámara había personas que creaban un artificio y hacían películas”, explica. Sin embargo, tenía una fuerte vocación que quedó registrada en algunos videos caseros y resguarda con mucho cariño. Corría 1997 cuando con tan solo 7 años condujo el segmento televisivo Chicos en acción, que se transmitía en el programa El Radar, emitido en el Canal 4 de la localidad misionera. Junto a su hermano y sus primos salían a las plazas de la ciudad a hacer preguntas con total desparpajo, cual movileros experimentados, y luego se sentaban a debatir sobre distintos temas en una mesa con arreglos florales que habían montado en el camión de su tío.
“Él tenía una empresa de sonido y nos prestaba la cámara y el micrófono, y estuvo buenísimo porque hacíamos algo genuino, e internamente ya desde ese entonces yo sentía que tenía la responsabilidad de pasar el mensaje, de escuchar y reproducirlo de alguna manera, aunque todavía no entendía cuál”, se sincera. La búsqueda continuó, y a los 12 armó dos programas de radio, El Vértigo y Sin barreras. “Ahí ya estaba más adolescente, era más picante todavía, y por eso me los bajaron, porque una vez llamé a un cura en vísperas de Pascuas y le pregunté qué se sentía formar parte de una institución que tenía tantos casos de pedofilia”, dice sin tapujos.
A los 15 se mudó a Buenos Aires por una oportunidad laboral de su madre, y la llegada a la capital porteña representó un cambio profundo y expansivo. Cinco años antes sus padres se habían separado, y su papá se mudó a Vancouver, Canadá. “Fue un gran cambio, y creo que al ser un lugar más grande acá pude expresarme más y ser un poco más libre, empecé a ser más yo, con todo lo que eso conlleva, con mi homosexualidad, con mi lesbianismo, y entender que lo que me daba vergüenza o aquello por lo que yo antes me sentía vulnerada, ya no era tan cuestionado”, revela. Ese mismo año fue la primera de la familia en sincerarse sobre su vida sentimental, y la respuesta de su padre fue la que más la sorprendió.
“Mi papá también tuvo parejas hombres, y mucho después mi mamá, que tuvo dos matrimonios con hombres, cuando tenía 50 años empezó una relación con una mujer”, cuenta, y asegura que el torbellino de confesiones los convirtió en una familia más unida y feliz. Mientras tanto, Majo se mudó con cinco amigos misioneros a un departamento en Almagro, incursionó en otra de sus pasiones, y creó una banda de punk rock que perduró mucho tiempo. Incluso en la actualidad mantiene vigente su faceta musical como compositora, particularmente en el género del rap.
Al borde de la muerte
Cada 21 de septiembre Majo celebra su segunda oportunidad de vida, porque un Día de la Primavera supo que se había curado de una enfermedad por la que su vida estuvo pendiendo de un delgado hilo. “Hace 13 años me diagnosticaron insuficiencia suprarrenal autoinmune, y me habían pronosticado muy poco tiempo de vida, los doctores me decían que era cuestión de meses, y fue muy fuerte para mi a los 19 saber que no tenía más nada más para hacer, que la enfermedad era de origen desconocido, y que me iba a morir en cualquier momento”, expresa.
Se aferró a la fe, la misma que conserva hasta la actualidad, y la que lleva en su piel con varios homenajes y recordatorios. “Tengo tatuado un Jesús gigante en la pierna, la palabra resurrección, las iniciales de Dios en una mano, porque yo recontra creo, soy una convencida de que Dios y los milagros existen, y estoy segura de que yo me sané gracias a Dios”.
“Empecé a entender que cada día que estuviera en este mundo era para algo, y le pedí por favor a Dios que me ayudara a honrar la vida, porque estaba bastante perdida después de estar todo un año enferma”, rememora. Su salud siguió mejorando, y desde ese entonces optó por un estilo de vida lo más saludable posible. “No tomo alcohol, soy abstemia, no fumo ni consumo ninguna droga, soy celíaca así que tengo que tomar otros cuidados, y hago deporte cuatro veces por semana; juego al básquet, que era algo que los médicos durante años me prohibieron y hoy lo puedo hacer y lo súper disfruto”.
En esos meses de cambios uno de sus amigos misioneros le comentó que en la misma cuadra donde vivían habían abierto la inscripción a una facultad. “Me dijo que era algo de comunicación, producción, que era para organizar y crear cosas, no sabía bien explicarme qué era, y el requisito eran 14 pesos para la cooperadora y el DNI; fui y me inscribí en lo que hoy es la Universidad Nacional de las Artes, pero lo más gracioso e increíble es que no supe hasta después de pasar el curso de ingreso que me había anotado en la carrera de Licenciatura en Artes Visuales, y que estaba por empezar a estudiar cine”, relata.
En su primera clase de guion le brillaron los ojos y supo que estaba en el lugar correcto. “Por primera vez en mi vida dije: ‘Pertenezco a algo al fin, siento que voy a hacer buena para algo, porque esto tiene todo, tiene música, tiene conducción, sonido, dentro de este mundo todo es posible’”, manifiesta conmovida, tan ilusionada como en ese momento.
Cineasta y chipera
Le fue muy bien en sus estudios, y luego complementó la carrera en una universidad privada. “Me acuerdo que en un profesor de producción nos preguntó a los alumnos quién tenía una casa para hipotecar, y levantaron la mano solo dos, y nos dijo: ‘Sino tienen una casa para hipotecar no se pueden dedicar al cine’”, narra. Y agrega: “Lo peor es que es en parte es verdad, porque el cine está diseñado para los ricos, y una persona como yo no tenía ninguna posibilidad de llegar ni siquiera a la esquina con el cine, porque nunca estuvo diseñado para una misionera, lesbiana, y pobre, que encima había estado enferma a punto de morir”.
Se amparó en tres de sus cualidades: amabilidad, creatividad y su tenacidad. Se propuso generar ingresos para hacer sus películas, y recordó la iniciativa que su madre sostuvo cuando ella era chica. “Agarré la receta que usaba ella, y la adapté un poco a lo que me enseñó otra amiga paraguaya, y así arranqué con el emprendimiento de chipas; yo fui la cocinera y la vendedora ambulante durante más de cinco años. Me levantaba a las cinco de la mañana para amasar, hornear por tandas durante cuatro horas y me iba de lunes a viernes al subte de la línea D con mi amigo Joaquín, que es productor, y nos quedábamos hasta la hora pico que se nos terminaba la canasta”, indica.
Los fines de semana redoblaban los esfuerzos y se iban a los lagos de Palermo porque era el momento de mayor venta, gracias a los recambios de gente, diferenciadas entre la mañana, el medio día y la hora de los mates. “Fuimos creciendo tanto que yo pude producir mi primer largometraje, Colmena, porque me hice monotributista y eso me permitió sacar préstamos, grabé durante cinco días, y quedé seleccionada en un festival, gané un premio como mejor película, y mientras pensaba: ‘La semana pasada estaba haciendo chipas y hoy estoy en Londres presentando mi película’”, confiesa.
“Era cineasta y chipera, una sostenía a la otra, y también tenía otros trabajos, porque ya era directora, entonces era jurada del Fondo Nacional de las Artes del Concurso de Guión, jurada del Fondo Nacional de las Artes del Concurso de Largometraje y Cortometraje; daba clases de guión, escribía por encargo, dirigía videoclips, hacía todo para mantener viva mi alma de directora y guionista”, enumera. A su vez, con el tiempo se fue profesionalizando como emprendedora, generó una base de clientes, pudo incluir el servicio de catering de chipa tradicional en eventos, brindó fuentes de trabajo a más personas, compró otro horno para tener mayor capacidad productiva, y consiguió proveedores que le dejaban la materia prima a un menor costo, y de a poco aumentó el margen de ganancia.
Por ese entonces pocos sabían que mientras era aclamada por su ópera prima en el exterior, seguía amasando todos los días para poder pagar el alquiler y las expensas. “Mi segunda película, Román -protagonizada por Carlo Argento y Gastón Cocchiarale, relata la historia de un hombre, agente inmobiliario, casado y con una hija, que se siente atraído por otro hombre, veinte años menor- me abrió las puertas al mundo cuando Vanessa Ragone, productora ganadora de un Oscar por El secreto de sus ojos, me dijo que quería hacer la postproducción y ahí fue un boom: hubo 140 muestras en festivales en los cinco continentes, estuvo más de nueve meses en cartel en la Cineteca Nacional de México, hubo estreno comercial en Australia, en China, en Polonia, en Argentina, y yo estaba anonada”, expresa.
Una anécdota de aquel día en la capital británica quedó para siempre en su recuerdo. “Se me acercó un señor con movilidad reducida, Joe, que me dijo en inglés: ‘Ojalá yo hubiese visto esta película tuya 30 o 40 años atrás, porque ahora ya está, tengo 80 años y tengo que volver con mi mujer acostarme en la cama’, y me dio a entender que había sido gay toda su vida’. Y yo le dije: ‘Pero volvé, hablalo, y cuando te puedas hacer cargo escribime’, y le di mi tarjeta con mi mail”, relata, cual diálogo de uno de sus films. Para su sorpresa, pasada una semana le mandó un correo donde le contó que había tenido una charla honesta con su esposa, y que ella le respondió: “Ya lo sabía”. Se separaron en buenos términos, la exmujer lo ayudó a mudarse y el señor que se reencontró con un hombre que había sido su gran amor de la universidad y retomó el vínculo que durante su juventud no había podido ser. “Por eso digo que nunca es tarde ni temprano para lograr todo, y que siempre aparece alguien para mostrarte quién sos”, remata Majo.
Disney llama a su puerta
Tres meses antes de que se decretara la cuarentena por la pandemia de coronavirus la cineasta estrenó el videoclip de la canción “BASTA”, un rap de su autoría, musicalizado por su amigo y colega Lucas Fridman. Además de dirigir cantó frente a cámara junto a Ailín Salas, y parte del elenco lo conformaron Sol Despeinada, Romina Escobar, y Gabriela Izcovich. “Lo publiqué en YouTube en plena lucha por la ley del aborto, y tuvo miles y miles de reproducciones, pero tuve una oferta de trabajo en México y me fui, pasé casi todo el 2021 allá, y volví a la Argentina cuando todo el mundo se estaba muriendo por Covid, inclusive mi mamá, que estaba muy mal, internada con asistencia respiratoria, porque en medio de una internación por coronavirus le descubrieron un timoma, un tumor en en el timo, y eso le provocó un cuadro muy largo y delicado, y la sigo acompañando en el proceso de sanación hasta hoy, que está un poco mejor”, confiesa.
La mención al lanzamiento musical no resulta fortuita, porque fue a raíz de ese contenido que llamó la atención de un productor que resultó clave en su carrera. “Es muy loco como a veces el éxito profesional tiende a mezclarse con mambos personales muy feos”, reflexiona sobre la dualidad que estaba viviendo cuando se presentó la oportunidad que esperaba, y la había visualizado durante una meditación. “En México me enseñaron a meditar, y empaticé con la idea de emocionarse por lo que uno sueña antes de que se haga realidad, porque cuando pasa es muy fácil, pero cuando no está sucediendo es el momento de tener fe, y yo visualicé una imagen: mis manos llenas de almidón, amasando, como todos los días, y que el teléfono me sonaba y atendía mi amigo Lucas porque yo tenía las manos sucias, y me decía que era un llamado importante; hasta ahí me permitía imaginarme, después era un misterio”, asegura.
Hacía dos años había llegado al límite de cansancio y estrés, y sentía que era hora de ponerle punto final al emprendimiento de chipas. “Era como tener una doble vida, mi esposa era el cine y mi amante las chipas, no podía más y quería dedicarme 100% al cine, y juro que a los cuatro días de repetir esa visualización en mi mente sonó el teléfono y era uno de los productores más importantes de México, o sea de Latinoamérica, que él está investigando sobre feminismo, encontró mi rap, me invitó a dirigir en México, y le dije que me tenía que esperar unos días porque yo estaba preproduciendo mi tercera película”, cuenta a pura emoción.
Lo que siguió fue la charla con otra productora ejecutiva que le dijo: “Ya sé para qué proyecto ponerte: uno de Disney”, y la afirmación la dejó atónita. Luego supo que la propuesta era dirigir tres episodios de El poder de los girasoles, la primera serie infantojuvenil de Disney Latinoamérica que tendrá un elenco que incluirá a personas con discapacidad. “Creo que me preparé toda la vida para ese momento, porque mi verdadera meta es la inclusión, que nos vean de una vez por todas a todos iguales, desde un lugar de tolerancia y respeto, y sobre todo la chance enorme de cambiar algunas cosas, porque toda nuestra infancia Disney representó el lugar donde los sueños se volvían realidad, ¿pero qué pasa cuando no se cumplen?. Hay que cambiar la mirada, pensar cómo pararse frente a la adversidad cuando las cosas no salen como pensás que tendrían que haber salido”, destaca.
Esa experiencia como directora acaba de concluir, resta esperar que se estrene cuando culmine la posproducción, pero ya empezó a darle los primeros frutos. De la forma más inesperada le brindó una revinculación con su abuelo paterno. “Está muy enfermo de cáncer, y yo toda mi vida tuve una relación bastante problemática con él, porque por su estructura de otro sistema de pensamiento, nunca me pudo validar, él prefería que lo tomara como hobby y no me dedicara a esto, además de ser lesbiana y estar toda tatuada, que tampoco lo podía entender”, revela.
Unos meses atrás, cuando su abuelo caminaba por las calles de Morón para ir a hacer unas compras lo frenó un vendedor ambulante de alfajores de maicena que escuchó que lo llamaban “Doctor Staffolani”, por su profesión de toda la vida, y al reconocer el apellido le preguntó: “¿Usted qué es de Majo, la directora de cine?”. “Cuando le dijo que soy la nieta, el muchacho le mencionó todo lo que yo había hecho en mi trayectoria, que ahora estaba dirigiendo en Disney, porque resulta que también sueña con ser cineasta y está vendiendo alfajores para autogestionarse sus películas, y le habló con tanta admiración que por primera vez mi abuelo me validó, me lo contó por teléfono y me pidió que lo fuera a visitar”, comenta conmovida. El encuentro se concretó, y aprovechó para pedirle indicaciones de dónde vivía el joven que le habló de su carrera, y una vez que descifró dónde era, Majo fue a tocarle el timbre, lo conoció en persona y tomó unos mates en su casa.
Actualmente la directora está cumpliendo un nuevo sueño. Está a punto de estrenar el primer programa de Una idea feliz, un ciclo de entrevistas que ella misma produce y conduce, donde charla con personas que admira. “Cuando era chica soñaba con tener frente a frente a Gastón Pauls y preguntarle sobre sus películas, y a mis 33 lo pude hacer, y se lo pude contar cara a cara, porque es uno de mis primeros entrevistados”, anticipa. También invitó a Sofía Pachano, y asegura que hay un nombre en la lista de sus sueños que está por encima de todos: “Soy fanática de Messi, lo tengo tatuado durmiendo con la copa al día siguiente que nos consagramos campeones, y hasta entrevistarlo no voy a parar”.
Cada vez que se sienta a conversar con las personalidades que llegan al estudio de grabación vuelve a ponerse en la piel de esa niña de 7 años que con mucha soltura ya estaba practicando para alcanzar sus metas profesionales. Los episodios se van a publicar próximamente en YouTube y Spotify, y lo irá anunciando en sus redes sociales -en Instagram @majostaffolani-. “Nos ponemos a hablar de por qué tengo una vida que era imposible que yo tenga, con mi situación, e invito a que la gente crea y sepa que también tiene una posibilidad de hacer lo que la haga feliz, que urge ser coherentes con quiénes somos y quiénes queremos ser, y mientras hacemos eso, tomamos mate y le llevo chipa a los entrevistados”, concluye con una sonrisa.
Fuente: Infobae