El fenómeno de los tatuajes se naturalizó en la sociedad. Sintetizan una manera de comunicación, un reflejo de los tiempos modernos. Las ideas detrás de una moda que llegó para quedarse. Se entrevistó a los tatuadores top argentinos Fernando Colombo, Diego Staropoli y Manny Averbuj. Qué piensan los que trabajan con la tinta en el cuerpo.
El cuerpo de Ötzi tiene 61 tatuajes. Fue hallado enterrado en una prisión helada en septiembre de 1991 por dos alpinistas alemanes durante una expedición por los Alpes de Öztal, en la frontera entre Italia y Austria. Material de estudio, el bautizado “Hombre de Hielo” conservaba marcas en forma de línea: algunas no reconocibles a simple vista, consistentes en líneas de 0,7 a 4 centímetros, distribuidas en grupos de dos, tres o cuatro líneas paralelas. Los científicos concluyeron que los trabajos de intervención en el cuerpo datan del año 3.300 A.C. La investigación dedujo que las marcas -pequeños cortes cicatrizados con carbón- tenían fines curativos, mágicos. Los tatuajes subrabayan los lugares en los que padecía artritis.
De Ötzi a Candelaria Tinelli transcurrieron más de 5.300 años. Una transición vestida de evolución que postula Manny Averbuj, tatuador en Maniac Tattoo Studio, para atribuirle un sentido de naturalidad al oficio: “Es uno de los primeros métodos de comunicación. Se han encontrado momias de miles de años con tatuajes. Desde esa época hacia acá el escenario ha ido mutando”. Vaya si mutó. El tatuaje es un arte profesado por culturas repartidas en distintas eras y regiones, condenado en varios períodos, afianzado a un carácter étnico y religioso y rescatado de lares exóticos hasta predominar en pleno siglo XXI. Un acabado compendio de la historia humana, una metáfora de los vientos modernos, un fenómeno que viró de la marginalidad al fashionismo, protagonista de una batalla cultural que enfrenta la etiquetación, los estereotipos y las estigmatizaciones.
“Para la mayoría de la sociedad nosotros éramos drogadictos, psicópatas, asesinos seriales. Y hoy nos tratan más como artistas. El tatuaje en la Argentina lo forjamos todos los que nos bancamos el karma de estar tatuados. En los años 90, el tatuaje era un tema marginal. Hoy estar tatuado es ser cool. Es increíble que hayamos dado ese vuelco”. El valor de la experiencia lo trasluce Diego Staropoli, tatuador y fundador de la secta Mandinga, palabra con crédito abierto para notificar este cambio de paradigma.
La cultura tattoo emergió del “under”. Su ascendencia gradual lo eleva a un espectro de consumo masivo, hacia una categoría de industrialización. “Antes veías a una persona tatuada en la calle y sabías que era tatuador, no había posibilidad de que un tipo muy tatuado fuese una persona normal. Y hoy está más tatuado el público común que nosotros mismos”, agregó Staropoli. El resultado visual es hijo de un proceso de maduración, de asimilación, de aceptación. Los tatuajes, los tatuados, los tatuadores: el cambio de concepción sobre estas tres figuras -hermanadas bajo un mismo concepto- evidencia una transformación en la consideración del otro. Del enjuiciamiento, el recelo y la calificación prematura a un culto de masas pasó un lustro de tiempo y con el tiempo la reformulación de principios, costumbres, paradigmas.
Ese escenario de inclusión, de adopción que la sociedad le asignó al tatuaje opera sobre una órbita filosófica. Darío Sztajnszrajber es filósofo, ensayista, profesor, presentador, famoso por su condición de divulgador simpático y coloquial de la filosofía. Habla del tatuaje como una transgresión tolerable, el espacio que le atribuyó la cultura moderna para germinar: “Nuestra sociedad capitalista necesita que haya alguien que esté en el borde pero del lado de acá. Eso lo llamo transgresiones tolerables. Lo tolerable lo define el sistema. Nadie se horroriza ya con un tatuaje. La relación con el drogadicto se fue disociando. Hoy es un ‘permitido’ que todavía causa cierto horror. Cada vez más gente lo está haciendo, está dentro de lo legítimo y sin embargo sigue generando sensaciones de pavor. Porque el tema es el cuerpo. Está en ese lugar ambiguo, que se permite pero no tanto. Eso me parece que en algún punto le conviene al sistema“.
El filósofo planteó la figura del tatuaje como una admisión controlada, interesada, que necesita de su naturaleza genética de cierta rebeldía, el campo dicotómico de una violación moral supervisada, contenida. También expuso el objeto del cuerpo como punto de conflicto. “Se supone que con el tatuaje avanzamos sobre un límite complejo: avanzamos sobre el cuerpo. Tal vez el tatuaje como fenómeno está evidenciando algo propio de nuestro tiempo: que el cuerpo está siempre siendo intervenido pero no lo visualizamos. El tatuaje pone de manera literal una intervención permanente. Por una idea de belleza, de salud, de productividad. Lo maravilloso del tatuaje es que funciona como un hilo conductor que enseña esa intervención permanente que está sufriendo el cuerpo”.
Fernando Colombo intervino los cuerpos de Mauro Icardi, Paula Chaves, Jorge Rial, Ricardo Fort, Sebastián Ortega. A sus pergaminos lo respaldan más de 20 años en la profesión. Una experiencia que le concede legitimidad para abordar este viraje en la figura del tatuaje: “Lo que hace diez años pensábamos que era el techo, hoy en día ya no lo es. No sabemos hasta dónde puede llegar. Viene gente de 80 años a hacerse su primer tatuaje. Y familias enteras, desde abuelos, padres, hijos, nietos a hacerse un mismo símbolo como tradición familiar. Creció de formas increíbles”.
El crecimiento exponencial de esta práctica le debe gran parte de su masividad a la influencia de los famosos como fuente de inspiración. “Cuando empecé a tatuar, la gente elegía los tatuajes de los Red Hot Chili Peppers o los de Ozzy (Osbourne) porque eran los únicos famosos que estaban tatuados. Hoy en día la gente viene y pide el tatuaje, por ejemplo, de Robin Williams, que lo hemos hecho muchísimas veces. (David) Beckham es otro referente. Los futbolistas de pronto están todos tatuados de modo parecido. Tiene como un referente que rompió el hielo. Y así en cada ambiente. Como la gente empresaria que ve a (Marcelo) Tinelli tatuado y se animan. Ahora ven al tatuaje como algo más amigable“, explicó Colombo. Así como las celebridades favorecieron la masividad del rito, los programas de televisión sobre tatuajes han viralizado y extendido las fronteras de los tatuajes. La presentación de estos tres artistas argentinos se dio en el marco de la celebración del mes del tatuaje para el canal True TV, emisor de los reality “Ink Master” y “Tattoo Nightmares”.
Darío Sztajnszrajber, filósofo: “El tatuaje es un exhibicionismo parcial. Está y no está en el cuerpo, porque lo cubre y lo deja desnudo al mismo tiempo”.
Aunque esta industrialización le haya robado el capital romántico, under, la esencia artística del tatuaje: el doble filo de la masividad, una condición que entra en conflicto con la voluntad de sus trabajadores. “Los tatuajes empiezan a crecer y se tienen que comer la problemática de todo arte: la dialéctica entre la autenticidad y la industrialización. Cuanto más se industrializa, más se vuelve repetitivo y en tanto repetitivo se pierde ‘el aura de la obra’. Aparte cada tatuaje es único, personal, hasta numínico, y pasa a perder ante el pedido de “haceme el tatuaje de Messi” el sentido artístico”, contextualizó el filósofo. Diego Staropoli, responsable además de TattooShow, una de las convenciones internacionales más multitudinarias e importante a nivel mundial, reflexionó sobre esta ambigüedad: “Para nosotros es insoportable tener que repetir el mismo tatuaje diez, quince veces. Pero también tenemos que ser agradecidos porque vivimos de ésto y porque por suerte la industria ha crecido de una manera salvaje”.